Como si describiera la casa paterna, José Arias habla de cada detalle del lugar donde comenzó a funcionar la Facultad de Ingeniería. Todavía recuerda el jardín que hizo uno de sus profesores y cómo tenían que organizarse para estudiar y trabajar. José fue el inscripto número 7 de la flamante carrera y egresó en la primera promoción. Hoy tiene 87 años y dice que no se dio cuenta de cuándo pasó el tiempo. "Todavía recuerdo tantas anécdotas de mi época de estudiante que parece mentira que pasaron setenta años", dice el ingeniero.
En aquellos tiempos era usual trabajar y estudiar. Era raro encontrar muchachos mantenidos por los padres. Además, para la mayoría de los adolescentes sanjuaninos era impensable salir de la provincia para estudiar. Esto era un privilegio reservado a las clases más acomodadas, según cuenta José. Es por eso que muchos de sus contemporáneos no dudaron en salir a las calles a fines de la década del ’30 para pedir que se abriera en la provincia una universidad. "Me acuerdo del escenario que montamos por calle Laprida. Allí decíamos discursos para que la gente tomara conciencia de la importancia de la apertura de la universidad. Cuando Ingeniería abrió sus puertas, fue un sueño hecho realidad", dice José.
Hacia 1938, José acababa de egresar como maestro. Tenía 16 años e inmediatamente empezó a trabajar. Pero un año después, cuando empezó la universidad, hizo todo lo posible para arreglar los horarios. Terminó dando clases en una escuela nocturna en El Mogote. "En esa época había en la provincia no más de 3 ó 4 ingenieros. La nueva carrera tenía buen pronóstico. Además en San Juan estaba todo por hacerse. Empezamos estudiando en una casona ubicada en calle Sarmiento y Mitre. Pero con el terremoto del ’44 todo quedó destruido", cuenta el ingeniero.
La facultad empezaba a caminar y los primeros alumnos, alrededor de 75 muchachos, eran como los Conejillos de Indias, cuenta José. "Estábamos abriendo huellas. Ni los profesores, que eran ingenieros, ni nosotros sabíamos cómo íbamos a terminar", dice. El jardín del fondo de la casona donde funcionaba la facultad y los poemas que escribían entre compañeros forman parte de los recuerdos que tiene intactos José. Pero uno de los más fuertes es el asombro que sintieron los futuros profesionales cuando ingresaron las primeras mujeres a la carrera. "Era raro. Las mirábamos como bichos extraños. Y hasta surgieron historias de amor. De hecho, una de esas alumnas se enamoró de un profesor y terminaron casándose", recuerda.

