Dos cuchillas de apenas 5 milímetros de espesor cada una son las responsables de sostener el cuerpo. Y para quien acostumbra a pisar zapatillas del 41, ese medio centímetro en cada pie suena a burla. Pero ahí están las cuchillas, sin filo, lustrosas y desafiantes, mientras son sopesadas en una banqueta al costado de la pista. Patinar por primera vez en la primera pista de hielo de San Juan, que está instalada en el estacionamiento del Hiper Libertad y que es una las mayores atracciones en estas vacaciones de invierno, suena tan tentador como curioso. Y el desafío de deslizarse en el hielo sin caerse se revela como una misión a conquistar: DIARIO DE CUYO lo encara y, a medias, lo logra.

Una vez calzados los patines y las súper estudiadas cuchillas, sostenerse en la alfombra de goma ya es difícil. Natalí, una de las instructoras, abre la puerta de la pista e invita. Un tanteo al hielo con los patines, casi como probando si el agua de una pileta estuviera fría, no revela confianza. Sostenerse entonces de la baranda es lo más seguro, pero luego un pie se va para atrás, otro para adelante, y el equilibrio empieza a acompañar. El neófito pronto descubre que dejarse llevar por el impulso parece ser una clave para cumplir la misión.

Unos minutos alrededor de la pista, siempre con la baranda como custodio fiel de la integridad física, no sólo da confianza, sino un poquito más de velocidad en el deslizamiento. Y aquel inhóspito terreno que es el centro de la pista, en el que no hay barandas salvadores, ya no parece aterrador.

De pronto, la capa de hielo de ese sector central se va ajando, dejando una fina grieta. El patinador inexperto avanza solo, como si por primera vez hubiese dejado las rueditas de la bicicleta. Y se da cuenta de que en todo ese momento, no dejó de sonreír. Ir y volver, entonces, ya es posible, siempre haciendo equilibrio con los brazos y el torso.

Pero cuando mayor es la sensación de dominio, el hielo da su estocada. Un mal movimiento en el giro y la cuchilla que antes desafiaba, se cobró la porfía. En esas milésimas de segundo viene a la mente una recomendación leída en Internet: hay que dejarse caer como muñeco, como aflojando el cuerpo. Pero en ese momento, el instinto obliga a todas las contorsiones posibles para evitar lo inevitable, el porrazo. Sin embargo, una caída en una pista de hielo es tan común como hablar del frío para abrir una conversación.

Entonces, tras recuperar la vertical, la pista invita a seguir deslizándose. Con torpeza, pero con ganas de probar, de fanfarronear con algún movimiento de las películas, de aprovechar cada segundo y especialmente, de divertirse como un niño.