La búsqueda de las cajas negras del Airbus 330-200 en el fondo del océano para saber por qué cayó el avión podría ser una de las operaciones más desafiantes de la historia.

La caja, que en realidad está compuesta por dos dispositivos independientes que contienen la grabación de voz del piloto y datos instrumentales, es la mejor opción para descubrir por qué el Airbus desapareció en una tormenta en el Atlántico.

Los dispositivos están diseñados para enviar señales de localización cuando alcanzan el agua, pero simplemente encontrarlos representa una de las tareas de recuperación más desalentadoras desde la búsqueda del Titanic y, con suerte, podría llevar meses, según los expertos.

Si están en aguas tan profundas como algunos temen, a 4.000 metros o más, los sumergibles no tripulados serían puestos a prueba hasta el límite. Desastres anteriores han llevado a avances en los dispositivos que dan esperanzas a poder averiguar qué sucedió.

Ante esta situación, Francia envió un buque equipado con pequeños submarinos capaces de sumergirse a 6.000 metros. Y le pidió a EE.UU. que aporte información con sus poderosos satélites para apuntalar la épica búsqueda.

“Hay una buena oportunidad de que la grabación sobreviva pero el principal problema sería encontrarla”, dijo Derek Clarke, director gerente adjunto de Divex, que diseña y construye equipamiento para buceo comercial y militar.

“Si piensas en lo que se tardó en encontrar el Titanic y que los restos (del avión) serían más pequeños, estás buscando una aguja en un pajar”, dice Derek.

Las cajas negras tienen un luz de aviso subacuática denominada faro que se activa cuando la grabación se sumerge en agua. El faro puede transmitir a profundidades de hasta 4.300 metros, según el Consejo de Seguridad Nacional en el Transporte de Estados Unidos.

Para Clarke las profundidades de esta parte del océano exceden en gran medida los 600 metros en los que cualquier marina podría intentar un rescate submarino con éxito, según un experto.

Un puñado de minisubmarinos que trabajan a gran profundidad como Alvin, de la marina de EEUU, que examinó los restos del Titanic a 4.000 metros en el Atlántico en 1986, podrían estar equipados para trabajar a esa distancia.