Hace un año, en una reunión de amigos como cualquiera, a Gabriel Moreira (a punto de recibirse de arquitecto) se le ocurrió una idea. El disparador fue tan simple como repetido: el infaltable comentario sobre todos los problemas de la sociedad actual, en particular, la sociedad sanjuanina.
Pero en él la charla no se quedó solamente en un comentario de sobremesa, sino que lo movilizó a accionar de un modo que nunca pensó que podría hacerlo. Y con el mismo ímpetu que pone cuando baila salsa (Gabriel es entrenador en ritmos latinos), arrancó creando la Fundación Esperanza.
“Pensé que en lugar de ser parte del problema, yo quería ser parte de la solución. Y la única manera que se me ocurrió fue aportar con lo que yo sé hacer, que es bailar”, resume un año después. El método resultó tan novedoso como exitoso: Gabriel empezó a cambiar clases de salsa por alimentos, ropas, útiles y todo tipo de cosas que, acopiadas y adecuadamente preparadas, entrega en lugares donde las carencias le ganan por lejos a la abundancia.
Definida la idea, faltaba el medio para implementarla.
“En esos días -contó Gabriel- estaba teniendo mucha difusión una chupineada colectiva que los chicos de secundaria estaban organizando por Facebook, en Mendoza y en San Juan. A mí se me ocurrió que Facebook también podía servir para armar algo positivo y la primera convocatoria arrancó ahí, en Facebook, que fue la primera puerta que se abrió. Después vino el boca a boca y hoy usamos todo lo que tenemos a mano para que la gente se entere lo que estamos haciendo”.
“La gente, cuando la convocás, se prende. Yo empecé cambiando una clase por un alimento y de a poco, empezaron a llegar más cosas. Ropa, ollas, libros, electrodomésticos y hasta un equipo de audio que llevamos a una escuela en Media Agua”, contó. El primer reclutamiento, como él lo llama, consiguió juntar unas 80 personas que al ritmo del son, multiplicaban endorfinas para salir de su vida sedentaria y al mismo tiempo, eran parte de una actividad solidaria.
“Pronto empezaron a sumarse voluntades. Apareció alguien que dijo que sabía coser y que podía encargarse de arreglar la ropa antes de regalarla. Otra persona se ofreció a dar apoyo en distintas materias a los chicos que lo necesitaran, en los lugares que visitábamos. Otros se encargaron de reunir la mercadería, clasificarla y acopiarla. Y hasta se sumaron profes de otras disciplinas, que se juntan con nosotros a enseñar a cambio de elementos para la gente que más lo necesita”, contó el futuro arquitecto.
Las clases, que empezaron en un gimnasio, se trasladaron a la sede del club Lomas de Rivadavia, donde hoy se realizan. Hasta allí llegan, cada sábado, personas interesadas en ponerse en movimiento en todo sentido: aprenden a bailar distintos ritmos, desde folclore hasta hip-hop y al mismo tiempo, hacen su aporte solidario para quienes lo necesitan.
“Y cuando tengamos un lugar propio, vamos a dar capacitación y apoyo escolar, porque tenemos varios profes que quieren ofrecer su trabajo”, se entusiasmó Gabriel, quien contó que para definir dónde materializarán la ayuda, primero recorren lugares, ven las necesidades y después hacen la colecta. “Siempre invito a la gente a que me acompañe, porque la solidaridad es algo que una vez que lo probás, querés seguir haciéndolo siempre”, sintetizó.
En la Fundación Esperanza, hoy por hoy, están los que enseñan, los que remiendan, los que clasifican, los que ponen el auto para trasladar y los que donan su tiempo y su talento para otros. Y todos aquellos que quieran ponerse en contacto con la fundación y hacer su aporte, pueden escribir a arcangelo2002@hotmail.com.

