"Era la hora de misa. Final de tarde sofocante. El ruido llegó sin aviso. Con murmullo. Desordenado de campanas. Todo estremeció en un solo sacudón. Sorpresa y gritos. Sofocados de polvo y tierra.…". El extracto del poema de Antonio Gabriel Guzzo al terremoto de 1944 en San Juan describe el horror, la destrucción y el sacrificio de la reconstrucción que muchos sobrevivientes aún no pueden olvidar. 

 

El 15 de enero se cumplen 75 años del sismo con más víctimas de la historia argentina, alrededor de 10 mil personas sepultadas en escombros. El movimiento telúrico de 7,8° (escala de Richter) ocurrió un sábado, con epicentro en La Laja, a 20 kilómetros al Norte de la ciudad de San Juan. La tierra bramó a la hora de la misa, las 20.49 exactamente. La solidaridad de los argentinos fue inmensa y esa cruzada generó un encuentro que hasta hoy impacta en nuestra vida política. Perón y Evita se conocieron en 1944 en el Luna Park, durante el acto de recaudación de fondos para las víctimas del terremoto de San Juan.

 

En pleno verano, era una tarde de calor en San Juan y muchas personas paseaban en autos y carruajes por las calles céntricas. Edith Guajardo (88), sobreviviente, no puede quitarse el miedo que sintió aquel atardecer del 15 de enero de 1944, cuando solo tenía 13 años y vivía en la localidad de Concepción, en el Gran San Juan: “Todo lo que me acuerdo es malo, feo. Yo he visto cómo se abría la tierra, cómo morían todos, el miedo persiste”, dice en una charla en el Inpres (Instituto Nacional de Prevención Sísmica), donde ahora trabaja su nieta Valeria.

 

 

 

 

Edith estaba en su casa, cerca de sus padres, una amiga y su hermano. “Fue a las 20.49. Estábamos en una habitación con una amiga de mi misma edad. Ella me dice: ‘Mirá mi hermano me está llamado, quiere entrar’ porque se movía la puerta. Sin embargo, aún no entendíamos qué pasaba, hasta que comenzó un ruido, como si bramara, la tierra. Temblaba y empezaron a volar los techos de las casas de al lado”.

 

La familia de Edith venía de sufrir una tragedia, hacía menos de un mes que había fallecido un hermano pequeño y luego este drama. “Di la vuelta entera a la casa. Era una polvareda, no se veía nada. Y a los pocos minutos, con el calor que hacía, se nubló y empezó a llover”, rememora cada instante de ese atardecer interminable. “Todo pasó en una misma tarde, mientras las familias escarbaban con las manos para buscar sobrevivientes”, dice.

 

Su familia salió ilesa del terremoto que dejó el 90% de los edificios y casas en ruinas. “Corrí desesperada, saltando entre los escombros, para encontrar a mis padres. Mi mamá se había caído a una acequia, había quedado atascada en una pierna”, cuenta. Junto a su papá y su hermana, lograron auxiliar a la madre y juntos ir a buscar a su abuela, que vivía a pocas cuadras.  Esas imágenes, como si estuviera en medio de una guerra, son las que Edith no puede olvidar: “Nos cruzábamos con madres que llevaban a sus hijos muertos en sus brazos, personas que heridas gritaban de dolor, otros cuerpos debajo de los escombros…un desastre”.

 

 

 

 

Por fin la familia logra unirse. “Llegamos a la casa de mi abuela como pudimos. Nos parecía increíble que estuviéramos vivos. Entonces vinieron las réplicas del terremoto (movimientos posteriores), que eran desesperantes”, recuerda.

 

Una hora después comenzaron a pasar los camiones al cementerio. Las fotos periodísticas del terremoto dan cuenta de la magnitud de víctimas: “Los muertos iban apilados. No había más ataúdes. Los trasladaban en las cajas de los camiones y se veía cómo sobresalían los pies, algunos descalzos, otros llevaban zapatos”, dice Edith. A los pocos días, supo que todos los cuerpos fueron incinerados por temor a infecciones. Una fosa enorme, en el cementerio municipal, contuvo a las cenizas de los miles de fallecidos. Pocas familias llegaron a despedir a sus muertos, no había tiempo de duelo.

 

Los días siguientes al terremoto fueron dramáticos: había que ayudar a salvar sobrevivientes que estaban enterrados. Edith recuerda que la gente removía los escombros con las manos. Y retumbaban los pedidos de auxilio de las personas que tenían a sus familiares sepultados por el barro y las piedras.

 

Los sanjuaninos trataban de sintonizar las noticias de las radios. Pero San Juan estaba en silencio porque la luz había sido cortada por un empleado de la Compañía de Electricidad de los Andes, Fernando José Angelini, considerado un héroe por los pobladores, ya que esa maniobra evitó cortocircuitos e incendios tras el terremoto. Fue a través de las radios de Mendoza que el país se enteró, a los pocos minutos, de que un fenómeno destructor había ocurrido en San Juan.

 

El 90% de la ciudad quedó en ruinas y había que luchar contra los peligros del agua contaminada y una posible infección generalizada. “Antes del terremoto del `44, las casas eran de adobe (estructura de barro y caña), el estilo de la ciudad era colonial. San Juan era la más española entre las provincias argentinas”, rescata en su libro Aquí nos quedamos, el periodista y escritor sanjuanino Juan Carlos Bataller.

 

 

 

 

 

"Los hospitales improvisaron salas de cirugía en los patios y se adelantó la inauguración del hospital Central de Mendoza, el principal centro médico de la región, para atender a los heridos que eran trasladados en los vagones del tren. San Juan comenzó a recibir asistencia del gobierno nacional y de otros países, como Chile. Los huérfanos del terremoto eran trasladados a Buenos Aires", comenta Bataller.

 

El Ejército se hizo cargo de los sobrevivientes que quedaron en San Juan. “Nos llevaron a la plaza Laprida, en el centro, y dormíamos en carpa. Teníamos que hacer cola para que nos dieran alimentos”, dice Edith. Durante las tardes, a la espera de una alternativa para viajar a otra provincia o recibir una casa de emergencia, la adolescente de 13 años se dedicaba a mirar lo que ocurría en frente, en la escuela Normal, donde se había improvisado un hospital. “Llegaban mujeres embarazadas. ¡Qué manera de nacer niños. Se ve que por el miedo se adelantaron los partos!”, comenta.

 

La familia Guajardo durmió varias semanas en carpa hasta que llegó un tío, que era militar y los ayudó a trasladarse a Mendoza, donde permanecieron tres meses. Muchas familias dejaron la ciudad y buscaron refugio en otras provincias donde tenían familiares. Aquellos que no tenían dónde ir, eran trasladados a Buenos Aires. “Llegaban a Retiro y los alojaban en unos galpones enormes. No volvieron más a San Juan”, asegura Edith.

 

El negocio familiar de su familia se cayó con el terremoto y desapareció para siempre. De todos modos, su mamá quería regresar a San Juan porque allí estaba enterrado su hermanito. Fue un nuevo golpe anímico: “Cuando volvimos al cementerio, nunca más encontramos la tumba de mi hermano, ante tantos muertos que pasaron por ahí”, dice con tristeza.

 

Edith es locuaz y expresiva. A sus 88 años contagia vitalidad. Llega a la entrevista junto a su esposo Juan Belisario Zapata, con quien lleva 64 años de casados y tiene cinco hijos, 11 nietos y cinco bisnietos. Dos días antes del terremoto, Juan había viajado a Buenos Aires para incorporarse a la Mecánica del Ejército. “Cuando llegó la noticia de una tragedia en San Juan, eran comentarios exagerados sobre miles de muertos y pensaba que que los porteños agrandaban todo”, bromea. Pero al volver a San Juan, seis meses después, encontró una ciudad devastada: “Mi padre me llevó por la avenida 25 de Mayo en un coche plaza. Parecía otro sitio, todo era escombros y ruinas”.

 

La ingeniera Silvana Bustos, coordinadora técnica general del Inpres, asegura que este sismo fue un “antes y un después” para San Juan. No solo por las pérdidas de vida sino por el renacer de la ciudad. “El consejo de reconstrucción decide hacer borrón y cuenta nueva. Pasar topadora para tirar todos los edificios que habían sido dañados o que impedían la fácil circulación y todo el diseño urbano se modifica”, describe la especialista. Desde entonces, comenta, que la ciudad tiene una cuadrícula perfecta, con líneas directas entre el hospital Marcial Quiroga y el hospital Rawson, para conectar un lugar con otro ante una emergencia.

 

El Inpres fue creado el 8 de mayo de 1972. La única sede en el país está en San Juan, desde donde se maneja el instrumental que hay distribuidos en el país. Son 50 estaciones sismológicas y 148 acelerométricas que envían información ante movimientos telúricos. “En Argentina, tenemos a diario sismos superiores a 3 grados”, dice Alejandro Giuliano, director del Inpres. En los registros del organismo, el terremoto del 23 de noviembre de 1977, con epicentro en Caucete (también en San Juan), fue de mayor magnitud con 7,4 MW. “Pero el daño fue menor, porque ya la ciudad había sido reconstruida con otros materiales antisísmicos. Por eso, somos enemigos acérrimos del adobe”, apunta el director.

 

El arquitecto Marcelo Yornet, director de Arquitectura del gobierno de San Juan, agrega que, después del terremoto, se construyeron calles y veredas más anchas que permiten alejarse de los balcones y ventanas. “Esta tragedia, como ciudad, nos introdujo en la modernidad”, afirma. Apareció el Consejo de Reconstrucción y San Juan se convirtió en la única provincia en donde el planeamiento urbano y las autorizaciones de obras pasan por el Gobierno provincial. “Primero se hicieron barrios de emergencias para la gente que dormía en carpas. Luego, durante el gobierno de Perón, aparecieron barrios con terrenos grandes, como la villa América, para que las familias pudieran hacer sus chacras y tener sus frutales”, dice Yornet.

 

Giuliano -ingeniero especializado en Japón- explica que todas las regiones argentinas tienen algo de sismicidad. Sostiene que el terremoto más destructivo fue el de 1861, en Mendoza, porque murió un tercio de la población: 6 mil personas de 18 mil habitantes. “Hay que tenerlo en cuenta porque hay apologistas del adobe y la gente debe saber que es una trampa mortal en zonas con altamente sísmica”, dice. Y recomienda saber qué hacer antes, durante y después de un terremoto. “Si estamos en una construcción sismo resistente, tenemos que saber que se puede dañar pero que no va a colapsar. No hay que escapar. Se deben buscar los lugares más seguros de la casa, lejos de la superficie vidriada y la mampostería”.

 

Edith y Juan se conocieron cuando ella tenía 17 años. Ella estaba esperando el colectivo, junto a una amiga. El, que era vecino, le pidió a su amiga que los presentara. “Fue amor a primera vista”, dice Juan. Nunca más se separaron.  Se casaron y permanecieron siempre en San Juan.

 

El matrimonio vivió otros terremotos con menos consecuencias porque las casas estaban construidas con estructuras antisísmicas. “El de 1977 con epicentro en Caucete, el de 1985 en Mendoza, y el de Chile en 2010”, enumera Edith. Y confiesa que, con el paso del tiempo, no ha superado el terror a un sismo. “Sigo sintiendo miedo. Cuando comienza a temblar, siempre trato de disparar. Salgo corriendo aunque me recomienden que no lo haga, que es más seguro quedarse en casa”.

 

 

Fuente: Clarín