Parece una jornada normal en Ischigualasto. El contingente entra, se maravilla con las formaciones, escucha al guía y saca fotos. Nadie espera lo que sucederá en la anteúltima parada: el Submarino. Allí, los turistas dejan sus autos y levantan la cabeza para ver la impresionante roca rodeada de banderas celeste y blancas. De golpe, el guía les pregunta: ‘¿Estamos para sorpresas?‘. Y se empieza a escuchar los primeros acordes. La gente se acerca de a poco y comienza a emocionarse. Las caras de felicidad y la emoción contenida son explicadas después por una porteña. ‘Esto provoca que uno se sienta orgulloso de ser argentino‘, dice. Ni bien los músicos terminan de interpretar ‘Música acuática‘, de George Haendel, un formoseño que ve el espectáculo sentado en una roca no aguanta, levanta la mano y con la voz temblorosa dice: ‘Nunca me imaginé que nos iba a pasar esto. Es maravilloso‘. Y es que la impresión de escuchar cómo los acordes se pierden en la inmensidad del paisaje emociona y llega a erizar la piel. Después, el sonido del tango ‘Uno‘ invita a la pareja de baile al escenario. Ni siquiera los niños del grupo se animan a hablar, se limitan a sentarse sobre las piedras sosteniendo sus rodillas con los brazos y a mirar con atención. En el cierre llega el folclore, los músicos interpretan Juana Azurduy y la respuesta de la gente es un ‘Ahhh…‘. Al final, todos aplauden espontáneamente para agradecer. Ya con las copa de vino en la mano, Elva Romitelli, de Capital Federal, cuenta que ‘esto es una maravilla. Estuvimos en el Sur y pudimos tomar whisky con hielo del glaciar. En San Juan nos ofrecen esta música con un vino delicioso, es un placer recorrer nuestra Argentina‘. Después, los turistas siguen el camino para terminar el recorrido y volver a sus lugares de origen. Pero el recuerdo de la sorpresa en Ischigualasto los seguirá para siempre.
