A pesar de que María amaneció sin poder girar la cabeza por un problema de columna, volvió a regar el patio acarreando agua en un tacho de 20 litros. Ya lo había regado a las 8 de la mañana, hora en la que comenzó el censo, para que luciera mejor que nunca para tal acontecimiento. Pero nuevamente estaba seco. Eran las 9,30 y el censista aún no llegaba hasta su casa, tercera en la lista para ser censada. El motivo del retraso: el hombre demoró 42 minutos cronometrados en tomar los datos de todos los integrantes de la familia que vive al lado de María. Un matrimonio con 6 hijos. Esta situación se repitió en la mayoría de las 85 viviendas de villa Las Moritas, un asentamiento en Caucete donde hay, en promedio, 5 hijos por hogar. María tiene 6.
"Dígame la fecha de nacimiento de cada uno de sus hijos, en orden decreciente", le dijo Esteban Castro, el censista, a María. La mujer se quedó callada por unos segundos. Después le pidió a su marido que le trajera los documentos de sus 6 hijos. "Son tantos que ya me olvidé hasta de cuándo nacieron", dijo en tono de broma, mientras cebaba mate. Previendo que la entrevista se iba a demorar más de media hora como en las casas anteriores, y por el mismo motivo, quiso convidarle unos "verdes al pobre censista".
Lo mismo hizo Martín, otros de los vecinos de la villa con familia numerosa. A las 8 de la mañana puso una mesa con mantel en el estrecho hall de su casa para esperar al censista con mate y tortitas. Decidió atenderlo afuera. Y no por temor a la inseguridad. "Adentro no cabe ni una persona más", dijo el hombre para describir el nivel de hacinamiento en que vive. "Aparte, nadie en esta villa tiene algo valioso o interesante que se puedan robar", concluyó.
Guillermo se paró de la silla para salir a recibir al censista. Estaba ansioso por responder a cada una de las preguntas. Sobre todo a las referidas a su situación laboral. Trabaja en la construcción, sector que, según dijo, "está en picada".
"Hay que mostrarle al Gobierno cómo vivimos. Espero que los datos del censo se usen para buscar opciones que nos ayuden a tener una vida mejor", le dijo al censista que sólo se limitó a sonreír.
Cuando Esteban Castro se dispuso a censar a la quinta familia de Las Moritas, se topó con el primer inconveniente. Nada tuvo que ver con hostilidad por parte de los vecinos o la negación a responder el cuestionario. Se le quebró la punta al lápiz. Por tercera vez.
"Si sigo así, no me va a alcanzar el lápiz para censar las 20 casas que tengo asignadas", dijo mientras intentaba sacarle punta sin que la mina se volviera a quebrar. Esta situación puso nervioso hasta el vecino que esperaba ser censado. Se paró, entró a la casa y trajo una lapicera de tinta que el censista rechazó gentilmente.
"Gracias por preocuparse, pero sólo puedo escribir con este lápiz especial", le explicó.
La solución al inconveniente llegó en menos de 5 minutos: unos de los coordinadores del censo en Caucete le trajo uno de repuesto.
