14.000 kilos de claveles. Sólo rojos, blancos y rosados. Con esas simples herramientas, la Virgen de los Desamparados (Mare de Déu dels Desamparats, en valenciano), la patrona de Valencia, fue honrada en una procesión que duró dos días, con jornadas de más de siete horas cada una, mediante la cual las distintas agrupaciones falleras llevan ramos de esas flores hasta la Plaza de la Virgen, donde está la basílica, y un séquito de hombres se encargan de ir confeccionado el manto de la Virgen con las ofrendas de los fieles. El motivo del manto cambia todos los años. Por lo tanto, también cambia el color de los claveles. Este año el homenaje fue para los niños falleros, por eso el manto de la Virgen tenía la cara de un niño a sus espaldas. Primero, desde las cinco de la tarde, es el turno de los niños. Acompañados por sus padres, todos vestidos de falleros de pie a cabeza, comienzan la procesión de unos dos kilómetros. Al otro día es el turno de las falleras de cada falla. Cada una porta su ramo con claveles y lo ofrenda a la Virgen. Las extensas jornadas quedan superadas al momento de la ofrenda: no había fallera que no llorara de emoción al llegar a la Plaza de la Virgen y encontrarse con la imponente imagen de la Virgen de los Desamparados tomando color con las flores de la gente.
