Su talento y su increíble inteligencia lo llevaron lejos apenas salió de la UCCuyo. Varias becas internacionales de doctorado, especialización y post doctorados en neurociencia lo mantuvieron en Chile, Alemania o Cuba hasta que volvió al país. Y si bien ahora Agustín Ibañez dirige el Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional en Buenos Aires y trabaja junto a Facundo Manes, siempre San Juan está presente en su vida. Agustín es hijo Mariano Ibañez y Beatriz Barassi (ya fallecidos), hermano de Alfonsina y tío de Karen, a quienes visita cada vez que su agenda lo permite. En pareja con Margherita Melloni (bióloga italiana) tiene adoración por su hija Anahí y en entrevista con DIARIO DE CUYO habló de su labor, proyectos y vida íntima.

-¿Qué recuerdos tenés de San Juan?

-Los mejores, a San Juan le debo una infancia única, entre plazas, barrio y amigos; una adolescencia ‘metalera’ y ahora de más grande una nostalgia que se alivia y reedita con visitas esporádicas. Estoy absolutamente convencido que el desierto y la montaña fueron las fuentes de mis intereses científicos más tempranos y que aún persigo.

-¿Cómo es eso de ‘metalero’?

-Fui guitarrista en varias bandas metaleras como Morbus y Ayentiak. Y también de folclore con el grupo Tontal y luego en dúo de guitarra con Adrián Magnum Páez. Después llegué a formar parte de Marsolo, un grupo con el que anduvimos por Europa haciendo ruido.

-¿Por qué te volcaste a la neurociencia?

-Siempre me fascinó la relación entre diferentes miradas que atraviesan lo mental: lo cerebral, lo psicológico y lo social. Desde joven fui lector compulsivo de lecturas no científicas, novelas, literatura, narrativa, filosofía. De a poco se fue gestando en mí la idea de que la cultura, lo psicológico y lo cerebral no eran enemigos (al menos en la vida real), pero no había teorías para abordarlas juntas en aquel entonces. Recién recibido empecé a trabajar con chicos con autismo de alto funcionamiento cognitivo, y ahí me cambio la vida. Me di cuenta que se podía estudiar la relación entre biología, conducta, cerebro, pero también psicología y cultura; y que existía un nuevo marco para ello: las neurociencias.

-¿Cómo es tu relación con Facundo Manes?

-A Facundo lo conocí en Alemania, cuando yo quería volver a Argentina. Le escribí y acordamos hacer uno de los centros de neurociencias cognitivas traslacionales más importante de Latinoamérica. En 7 años lo logramos. Trabajamos juntos desde el 2010 y tenemos múltiples proyectos científicos, de divulgación y de aplicaciones no científicas de las neurociencias. Él es una persona excepcional: vi su tránsito de científico y clínico brillante a divulgador científico y ahora convertido en una persona que piensa en el futuro de un país. Aprendí mucho de él y también peleamos mucho, tal vez por nuestras ascendencias italianas. Con Facundo aprendimos juntos a cambiar para crecer.

-¿Cuáles son las dificultades de trabajar con el cerebro?

-Hay infinitos desafíos, pero en mi opinión se destacan dos más importantes. Debemos construir mejores teorías de la mente y el cerebro y es probable que nuestras teorías actuales se parezcan mucho a las primeras teorías de la astronomía: por ejemplo el sistema Ptolomeico estaba basado en una error fundamental (que la Tierra era el centro del universo) y sin embargo permitió por muchísimos años hacer buenas predicciones empíricas de las trayectorias de los planetas y estrellas. Debieron pasar muchos siglos hasta que los astrónomos pudieron construir nuevas teorías que mostraban la complejidad que ahora sabemos tiene el universo. En las neurociencias probablemente pase lo mismo: debemos empezar a repensar cómo trabaja el cerebro como un sistema dinámico y global. Y romper con viejas concepciones primitivas de la actividad cerebral para poder dar empezar a cuenta del órgano más complejo de la naturaleza.

-¿Y el segundo desafío?

-Tiene que ver con lo que llamo la tensión entre aplicación y explicación: las neurociencias aún no nos explican por qué el cerebro produce significados, o como se crean las experiencias subjetivas que nos vuelven locos, genios o presos de nuestros pequeños delirios interiores. Es decir, existe un salto explicativo entre lo que conocemos del cerebro y la riqueza de nuestro mundo mental e intersubjetivo del que somos espectadores en primera persona. Ello representa la tensión de la explicación. En el otro extremo está la tensión de la aplicación: las neurociencias tienen la promesa no solo de entender la mente, sino de usar este conocimiento para producir cambios en el mundo. Una buena teoría de la mente y el cerebro debería impactar masivamente en múltiples dominios de la vida cotidiana, en la caracterización y tratamiento de las enfermedades del cerebro y en cualquier actividad que requiera conocimiento de la mente.

-¿En qué línea de investigación estás trabajando ahora?

-Mi línea de investigación principal de ya casi una década consiste en entender cómo se las arregla el cerebro para anticipar el futuro en base al contexto, en particular en la interacción social. Como individuos sociales estamos todo el tiempo de forma consciente e inconsciente usando la información contextual para comprender y anticipar las acciones o intenciones de los otros y poder actuar adecuadamente. Esta capacidad anticipatoria y contextual es crítica para el mundo social, para entender las emociones y estados mentales de los otros, para sentir empatía, para tomar decisiones sociales y para desarrollar una cognición moral adecuada.

-¿Cuál es tu proyección de acá a unos años?

-Mi sueño es constituir una red regional en Sudamérica para las neurociencias cognitivas traslacionales y sus aplicaciones en la neuropsiquiatría que tenga los mejores estándares internacionales de ciencia, aplicación tecnológica y divulgación. Es un sueño nacido al viajar por Sudamérica y notar las tremendas necesidades regionales de que la ciencia se desarrolle al servicio de la salud. Creo que Sudamérica tiene todo lo necesario para saltar a la escena internacional de las neurociencias.