Las enfermedades laborales que comprometen al sistema respiratorio, y con él tanto la salud general como la calidad de vida, son más comunes de lo que se supone. En Argentina el tema tiene escasa repercusión y existe un claro subdiagnóstico en cuanto al origen de las patologías laborales. Pero, si tenemos en cuenta que una persona que cumple jornadas de ocho horas respira durante su trabajo 14.000 litros de aire, es indudable la relación entre los factores ambientales del trabajo y la salud de los trabajadores expuestos.
Si bien cada paciente es tratado en forma individual, detectar el origen laboral de una enfermedad permite establecer el agente causal, lo cual dará cuenta de la posibilidad de generar estrategias preventivas no sólo para el paciente afectado sino además para su entorno de trabajo y para el resto de sus compañeros. La característica principal de las enfermedades laborales, especialmente las respiratorias, es que al conocerse su origen es posible diseñar procedimientos preventivos para anular o minimizar la agresión ambiental o laboral.
En nuestro país es importante considerar la presencia de la actividad agrícola, que con el incremento de cultivos transgénicos (maíz y soja) ha favorecido el aumento de dos patologías que no presentan periodos de latencia prolongados y son frecuentes en poblaciones de franja etaria joven: Asma ocupacional y Neumonitis por Hipersensibilidad. Esta última es una enfermedad pulmonar de base inmunológica producida por una amplia gama de antígenos que llegan al pulmón por vía inhalatoria y abarcan una multitud de profesiones dependiendo del agente causal. Todos los cereales; caña de azúcar, corcho, heno enmohecido, trigo, cebada, malta, polvillo de soja se encuentran dentro del largo listado. Los trabajadores que están expuestos a la inhalación de estos polvos orgánicos de distintas proteínas animales y vegetales, así como algunas sustancias inorgánicas, son los que tienen riesgo de presentar la enfermedad.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), existen en el mundo 541 millones de personas jóvenes trabajadoras de 15 a 24 años, quienes representan más del 15 por ciento de la fuerza laboral mundial y sufren hasta un 40% más de lesiones ocupacionales no mortales que los trabajadores adultos de más de 25 años. Entre estos jóvenes se encuentran 37 millones de niños y niñas en situación de trabajo infantil peligroso.
En Argentina, desde 2008 rige la Ley 26.390 de Prohibición del Trabajo Infantil y Protección del Trabajo Adolescente, que eleva a 16 años la edad mínima de admisión al empleo. Sin embargo, el trabajo infantil no está erradicado en nuestra sociedad, donde casi un millón de niños trabajan. Según el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, de la Universidad Católica Argentina, en 2015, el 12% de los chicos de 5 a 17 años trabajaba en actividades domésticas intensivas (4,3%) y en actividades económicas ligadas al mercado (9,5%).
Debemos destacar la vital importancia de abordar estos desafíos y mejorar la seguridad y la salud de los trabajadores jóvenes, no solo para promover el empleo juvenil seguro, saludable y decente; sino también para vincular estos esfuerzos en la lucha contra el trabajo infantil peligroso y todas las otras formas de trabajo infantil.
Asesoraron: Dra. Rita Zurbriggen (MP 11215) y Dr. Darío Rey (MN 26418) Co Coordinadores de la sección Enfermedades Ocupacionales de la Asociación Argentina de Medicina Respiratoria.