Este mes conmemoramos el Día de la Salud Mental, instituido por la OMS. Se trata de una fecha que rescata la importancia de cuidar nuestro bienestar, limitando el impacto de emociones como el estrés, la ansiedad y la depresión, y reforzando el desarrollo de experiencias saludables que nos permitan vivir mejor.
Con los efectos frescos de la pandemia sobre nosotros, etapa en la que los indicadores de sintomatología mental explotaron alevosamente, estamos más que comprometidos en encontrar una forma de vivir que nos brinde mayor felicidad.
Desde las ciencias de la salud sabemos ya hace tiempo algunas cosas. Por ejemplo:
La salud mental incluye factores heredados y sociales de desarrollo. No se trata de un hecho aislado de un individuo.
La salud mental está asociada a la salud general. A la física, a la social, a todo. No podemos dividirlas pretendiendo encontrar variables independientes sino que se trata de dominios profundamente interconectados.
En aras de promocionar la salud y prevenir enfermedad, un concepto clave es el de Estilos de Vida. Se trata de formas articuladas y organizadas de vivir, donde los hábitos que establecemos en nuestra cotidianeidad sientan las bases para el desarrollo de ciertas habilidades y condiciones de salud.
Hay un cuarto aspecto menos conocido pero no menos importante: el valor que tiene la flexibilidad para no sólo sobrevivir sino estar mejor, ser más felices. La flexibilidad de los seres vivos es clave, y pesa más que la fuerza y cualquier otra habilidad mamífera..
De hecho constituye, en la valoración psicológica de una persona, el aspecto más importante a considerar para pronosticar su evolución posterior en la vida social.
El bastardeo de Darwin
Pobre Charles Darwin, durante años ha sido citado erróneamente. En cuántas ocasiones hemos escuchado: “Como dice Darwin, la ley del más fuerte”. ¡No! No fue eso lo que dijo Darwin.
Esta columna surge un poco de esta búsqueda de revalidación de las palabras de Charles, gracias a mi charla con el Licenciado en Psicología Juan Pablo Kovacevic, quien me alerta sobre esta nefasta definición atribuida al evolucionista.
“La selección natural propuesta por Darwin en el siglo XIX afirma que sobrevive el más apto”, dice. “Pero nosotros hemos pensado que esto tiene que ver con la fortaleza, cuando lo que el autor indica es otra habilidad: la flexibilidad, que es esencial tanto para sobrevivir como para vivir con plenitud”, analiza el psicólogo.
“Lo que postuló Darwin es que sobreviven aquellos individuos capaces de adaptarse a su ambiente. Estos transmiten su información genética y así contribuyen a la supervivencia de la especie. Es decir, sobreviven quienes desarrollan la habilidad de adaptarse a entornos permanentemente cambiantes, lo que nos lleva una vez más al concepto de flexibilidad” agrega.
En el caso del ser humano, buena parte de esa flexibilidad se entrena en aprendizajes sociales significativos, tanto en la familia, como en entornos sociales (social settings) diversos.
Cambia, todo cambia
Ya en el siglo VI antes de Cristo, Heráclito de Efeso afirmaba que “lo único constante es el cambio”; mientras que Siddhartha Gautama, también conocido como Buda, reflexionaba sobre la impermanencia, explicando que todo lo que existe está sometido a cambio constante, nos recuerda Juan Pablo.
En las prácticas contemplativas practicamos eso: la observación atenta (y muchas veces silenciosa) de la impermanencia modelando todos los fenómenos. Sin excepción.
“En definitiva, si el cambio es la regla, poder adaptarse a él es la forma de sobrevivir, es de vital importancia cultivar y entrenar la flexibilidad tanto física como mental”, continúa el profesional.
Juan Pablo nos trae algunas estrategias valiosas para aumentar la flexibilidad psicológica:
Defusión cognitiva: implica aprender a tomar a nuestros pensamientos como lo que realmente son: contenidos mentales compuestos por sonidos e imágenes, y no como verdades objetivas en sí mismas.
Toma de perspectiva: para poder observar algo con mayor objetividad, es necesario tratar de verlo desde diversas perspectivas. Si sólo veo una cara de un cubo, no puedo estar seguro de que las restantes tengan todas las mismas características; deberé observarlas para llegar a un conocimiento más preciso.
La pausa estoica: partiendo de la base de que nuestras percepciones son abstracciones subjetivas multifactoriales, y no necesariamente verdades absolutas, la pausa propone un espacio de tiempo entre una impresión (pensamiento, sensación) y una reacción, dando lugar a una evaluación y escrutinio más preciso de las mismas (nosotros hablamos de la “pausa mindful”).
Ver los eventos desde la perspectiva de un tercero: siguiendo con la perspectiva, es útil imaginar que aquello que nos perturba le sucede a otra persona y reflexionar sobre qué pensaríamos en tal caso, cómo veríamos las cosas. Se puede complementar con juego de roles (role playing).
Aceptación: implica el reconocimiento de que, nos guste o no, las cosas son como son. A diferencia de la resignación, no se adopta una postura pasiva, sino que esta comprensión conlleva a dejar de luchar contra lo que es, para centrar el foco en cómo relacionarse con lo que sucede de la mejor manera posible, la más alineada con las cosas que realmente nos importan.
Impermanencia: Por mucho que nos afecte algo, está sometido a la impermanencia; antes o después, pasará…
Y nosotros desde nuestra perspectiva meditativa agregaríamos tres más:
La humanidad compartida, o la idea de que las cosas que nos ocurren les pueden ocurrir a los demás , que todos experimentamos situaciones similares porque somos seres humanos vulnerables. Esto disminuye la sensación de aislamiento y soledad.
La pérdida de importancia personal o disminución del ego, que apunta a mostrarnos que construimos castillos intentando ensalzarnos continuamente para ser admirados, cuando lo importante es ser uno mismo, auténtico.
El Interser o sentimiento de conexión con todo lo que nos rodea, somos parte de algo mayor que con sus leyes nos regula y organiza.