Mauricio Macri ya no salta baches como en el 2007, cuando era presidente de Boca Juniors y aspiraba a manejar la Ciudad de Buenos Aires. Y ya no inaugura playas secas vestido en bermudas, gorro amarillo patito y mocasines marrones ni ensaya un panzazo en un tobogán acuático de Núñez.
A casi diez años de aquella campaña que lo catapultó como actor político (aunque su iniciación fue en 2003, cuando perdió la elección por el Gobierno porteño contra Aníbal Ibarra en un balotaje), Macri "evolucionó" y comprendió que eso no alcanza si quiere sentarse en el sillón de Casa Rosada.
Cambió una política lúdica y marketinera por abrazos con "compañeros" peronistas como Hugo Moyano y Gerónimo "Momo" Venegas, y se recibió de "Jefe" político cuando, contra todos los pronósticos, impuso como su heredero en la jefatura de Gobierno porteño a Horacio Rodríguez Larreta, y sancionó la rebeldía de Gabriela Michetti -mejor rankeada en las encuestas- cuando desoyó su pedido de no jugar en la interna porteña.
Moderó su discurso, aceptó las estatizaciones en YPF y Aerolíneas Argentinas, sumó a Elisa Carrió como fuerza de choque, y forzó a la UCR a realizar un acuerdo electoral, que derivó con la inclusión de Ernesto Sanz en su gabinete como eventual ministro de Justicia.
Atrás quedó un paso como diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires, en 2005, cargo que detestó porque lo aburría: sentía que después de dirigir la automotriz Sevel a los 31 años, empresas familiares del grupo SOCMA o de presidir Boca Juniors y posicionarlo en la elite del fútbol mundial, un trabajo que no se define por la lógica orden/resultado/plazos lo ponía de mal humor. Lo aburren, también, las reuniones que no tengan algo dulce para comer: cualquier funcionario que se quiera ganar su atención debe llegar con habanos de chocolate y el "macrimovil" con el recorre el país cuenta con un importante stock de dulces.
En las entrevistas periodísticas abandona el manual de respuestas PRO sólo cuando le preguntan de fútbol o de tenis, los deportes que le gusta practicar además del golf. Se mueve en grupo; un séquito de "mujaidines (luchadores, en árabe)" personales se encarga de cada detalle a su paso, como logística, comunicación y, sobre todo, seguridad, como consecuencia del secuestro que sufrió en 1991.
"El va caminando por la calle con guardaespaldas y eso no es vida", dijo su padre, con quien mantiene una relación que "viene y va", según describió el propio Mauricio.
Macri, el candidato a presidente de Cambiemos, nació hace 56 años en la ciudad bonaerense de Tandil aunque se crió en San Isidro. Ingeniero Civil, Macri tiene 4 hijos y, hasta que conoció a su actual mujer, la empresaria textil Juliana Awada, le reconocían fama de mujeriego. Ahora cada vez que puede dice que ser padre después de los 50 es una "experiencia maravillosa porque "rejuvenece".
Quienes lo conocen dicen que le teme a las víboras y a la traición, que odia que le fumen cerca y que casi no toma alcohol. Que se cuida con las comidas, que cuando toma helado pide Pistacho, que en el playlist de una fiesta no pueden faltar Queen y Génesis, y que por lo menos una vez por año se toma tiempo para viajar a Roma y a Villa La Angostura.
En una reciente entrevista radial, confesó que utiliza los servicios de una armonizadora budista: "me hizo mucho bien, me ayudó a conocerme a mi mismo, a liberar energías". Y fue más allá: "es una líder budista que ayuda a reflexionar, que te genera a través de los cuencos tibetanos la capacidad de adentrarte en vos mismo y de conectarte con áreas tuyas, de tu cerebro, que tal vez no utilizás".
Sus rivales lo acusan de "vago" y de "cuco neoliberal"; sus ocasionales aliados lo tildan de "egoísta, superficial y purista"; su padre Franco dice que le falta "corazón" para ser Presidente; pero los amigos de Mauricio Macri lo definen como "coherente y revolucionario" y la esperanza para dar el zarpazo y desbancar al kirchnerismo.

