Muchas cosas pasaron desde aquella lejana aula de pizarrón negro, pupitre marcado con romances inocentes y polvo de tiza blanca sobre los zapatos abotinados, cepillados con afán la noche anterior. Tantas cosas aprendió sin ser consciente de ello. Y tantas otras enseñó aún cuando no aparecían en el pesado manual de bordes ajados y páginas amarillentas. No podría siquiera sospechar que su tarea sirvió inclusive para dar vida.
El dato pasó un tanto inadvertido, pero es oficial: un bebé recién nacido tiene casi un 7 por ciento más de posibilidades de sobrevivir que otro cuya mamá no fue a la escuela. O bien, puesto del lado inverso, una mujer que no aprendió a leer y escribir, porque no pudo, además de sufrir la exclusión social y tener muchos caminos cortados, tiene más chances de ver morir a su hijo pocos días después del parto.
Lo anunció el ministro de Salud, Oscar Balverdi, la semana pasada. Es una tasa internacional, probada por los organismos más exigentes. Una mujer analfabeta tiene el 6,8 por ciento más de posibilidades de sufrir la muerte del niño con respecto a una persona educada.
El funcionario brindó el dato contextual, durante la conferencia de prensa en la que el gobernador José Luis Gioja comunicó la reducción de la mortalidad infantil al 11 por mil en San Juan, lo que ubicó a la provincia por debajo de la tasa media del país, del 12,1.
Comparando con los valores de 2003, cuando fallecían 19,6 bebés cada 1.000 nacidos vivos en San Juan, el número bajó casi a la mitad seis años después, de acuerdo a los datos oficiales.
Según datos de Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) disponibles en Internet, hasta el año 2003 los países con menor mortalidad infantil en el mundo eran Noruega e Islandia, con 3 fallecimientos por cada mil chicos menores de 1 año.
En América Latina, Cuba exhibía hasta el año 2008 la tasa más baja del orden del 4,7 por mil, en tanto que Chile declaró una tasa de 3,1 por mil en lo que va de 2010. En cualquiera de los dos casos, Argentina todavía triplica los valores. Y San Juan no escapa a la realidad.
Los 20 países con peores tasas de mortalidad infantil pertenecen todos al África. En Níger se mueren 154 chicos cada 1.000 nacidos, antes de cumplir el primer año de edad. En América Latina, Haití es el país con la peor estadística: 76 por mil.
Vale mencionar la obviedad, con la ambiciosa pretensión de ponerle rostro a las estadísticas: detrás de los números hay historias personales. Hay aulas vacías, pupitres vacantes y sueños truncos.
