Con algo de dificultad acomodó su inmensa humanidad y pudo arrodillarse sobre el cojín ennegrecido para quedar más cerca del neumático desinflado. Tomó sus herramientas y puso manos a la obra en lo único que sabía hacer. Por el trabajo cobró 20 pesos. Para el cliente, ese fue el precio a pagar por el remiendo de la rueda o, en un sentido más amplio, por haberse quitado el problema de encima.

En el interior de la gomería, una publicidad radial a todo volumen invadió la piecita con el canto flamenco de Carmen Flores. "Si te vas…", se atrevió a balbucear el gomero, con la llave cruz en mano. Claramente quedaba lejos de su presupuesto destinar 80 pesos para disfrutar del espectáculo de la española en el Teatro Municipal.

Su cabeza cubierta de canas y su agilidad menguada comenzaron a dar señales inequívocas de que se acerca el día del retiro. Como si esto fuera posible. A ninguno de sus clientes se le ocurriría pedirle factura o ticket, porque está claro que el hombre trabaja por cuenta propia sin aportar monotributo. La jubilación se convirtió, para él, en algo más difícil que sentarse en una platea de la hermana de La Faraona.

Está claro también que la única alternativa de retiro para este trabajador informal es el régimen jubilatorio que exime de aportes y únicamente impone como requisito el de la edad (65 años para los varones). En San Juan, Anses otorgó más de 20.000 beneficios de este tipo, no sin polémica porque hay quienes entendieron que seguir estrujando el sistema previsional es un contrasentido, toda vez que continúa la negativa oficial para conceder el célebre 82 por ciento móvil.

Es decir, si los recursos no son suficientes para satisfacer el derecho de quienes cumplieron con los aportes de ley, mucho menos alcanzarían para seguir sumando adultos mayores que jamás hicieron pagos al sistema previsional.

Entre los argumentos oficialistas para negar el 82 por ciento móvil figura también el de la relación activo-pasivo, que en Argentina hace tiempo dejó el 3 a 1 que hacía viable el sistema de reparto. Agregarle más obligaciones de pago a este esquema, frágil por donde se lo mire, resulta más criticable aún.

Sin embargo, difícilmente alguien podría cuestionar el derecho del gomero a ser reconocido en su vejez por el Estado. ¿Por qué? Simplemente porque hizo su parte en el día a día. Porque tuvo la capacidad de trabajar igual que cualquier otro, aunque el propio Estado haya sido impotente para garantizar las condiciones de empleo registrado, o facilitarle las cosas al cuentapropista para no tener que mendigar un magro haber jubilatorio cuando el cuerpo diga basta.