Misión difícil esa de describir una sensación. Más aún si se trata de un olor. Nadie le enseña a uno a entrenar el olfato como sí ocurre con los demás sentidos. Desde Nivel Inicial se aprende a diferenciar los colores, lo frío de lo caliente, la sonoridad de las letras, lo salado de lo dulce. Todas estas impresiones son descriptibles con relativa facilidad, excepto las inherentes al olfato. Dadas así las cosas: ¿cómo explicar esa peste que pareciera lastimar las entrañas y no se asemeja a ningún otro olor antes percibido?

He ahí la primera limitante para la descripción. Y, si es difícil contar un olor, más complejo aún resulta demostrar su agresividad. Como les ocurrió durante mucho tiempo a los vecinos de los barrios rawsinos La Estación, Licciardi y Sarmiento, que padecieron las aguas servidas en sus paseos públicos. Día y noche. Sin tregua.

Los reclamos se extendieron y llegaron hasta el corte sistemático de calles para llamar la atención de los responsables del saneamiento urbano que, siempre de paso por el lugar, dieron soluciones coyunturales o, peor aún, explicaciones técnicas acerca de la demora de la solución definitiva. El resto de los mortales asistió al conflicto sin mayor involucramiento. A fin de cuentas, ¿qué tan grave puede ser convivir con un mal olor? Sonaba hasta a berrinche desmedido.

El asunto encontró su respuesta después de haber estallado con la gente en las calles. Finalmente, la semana pasada comenzó la conexión de las primeras viviendas del barrio La Estación al nuevo colector cloacal. Y asunto resuelto.

Sin embargo, el padecimiento se extenderá algunos días más, habida cuenta de que los trabajos tienen una demora lógica. Algo similar a lo sufrido por los vecinos de calle San Luis, en Capital, que debieron soportar durante largos meses las bocas cloacales abiertas -quedan algunas aún-, debido a la reposición del colector principal. También entran en la lista de víctimas los vecinos de calle Roque Sáenz Peña, en Santa Lucía. Tal vez estos últimos fueron los debutantes tempranos allá por noviembre del año pasado cuando una moto se cayó dentro de la cloaca colapsada.

Pero es difícil que alguien tome correcta dimensión de lo ocurrido, si nunca antes le tocó sufrir en carne propia la exposición a esa peste. Cosa difícil la de describir esa sensación. Tal vez por eso las soluciones demoren tanto. Tal vez por eso, en el fondo, haya algo que huele mal.