“Cuando sea grande quiero ser presidente”, dice un inocente Néstor Kirchner, con 9 años, desde una fotografía en blanco y negro que ahora es uno de los pocos detalles que decoran el mausoleo del ex presidente argentino, inaugurado ayer, un año después de su muerte.
Decenas de ‘peregrinos K‘ se agolparon ayer a las puertas del cementerio de Río Gallegos, la ciudad natal del ex mandatario, para ser los primeros en acceder al monumental mausoleo, adonde más temprano se trasladó el féretro de Kirchner en una ceremonia íntima encabezada por la Presidenta.
La ceremonia de traslado de los restos del ex presidente desde el panteón familiar al mausoleo se prolongó dos horas y Cristina Fernández estuvo acompañada por sus hijos, Máximo y Florencia, y su madre, Ofelia Wilhelm.
Desde las 14 se habilitó para el público en general.
“Nunca nos dejan disfrutar nada”, se quejó una mujer venida desde El Calafate cuando los guardias le impidieron ingresar al cementerio con su bolso, las flores que traía como ofrenda y un muñeco con forma de pingüino.
Nadie podía ingresar con cámaras fotográficas, filmadoras o celulares.
De a pequeños grupos, la gente pudo ingresar al camposanto para ser requisados por los guardias con detectores de metal y luego iniciar un peregrinaje de unos 200 metros hasta el acceso al complejo que alberga el mausoleo.
Una vez allí, y bajo estricta vigilancia, los visitantes acceden al edificio por una pesada puerta metálica que conduce hacia la derecha a una puerta de vidrio blindado que lleva al recinto donde descansan los restos de Kirchner, un sitio donde sólo la familia puede acceder.
De frente a la puerta metálica de ingreso se accede a una escalera en forma de caracol que conduce a la primera planta. Desde allí, y mirando hacia abajo a través de una estructura de vidrio circular, se puede observar el féretro del ex presidente, ubicado centralmente en la planta baja, cubierto con una bandera argentina.
Sobre el cajón hay también una camiseta del Racing, el club de fútbol del que Kirchner era fanático, un rosario, una flor y los pañuelos blancos de las Madres y de las Abuelas de Plaza de Mayo.
Por detrás del féretro se alza una gigantesca cruz de madera.
Desde el piso superior se puede ver además, en la planta baja, en un rincón, dos sillones y una pequeña mesa.
El edificio, cuyo costo es un misterio, es, por dentro y por fuera, una mole gris de concreto, piedra volcánica, pizarra, lajas y mármol de trece metros de largo, unos quince de frente y once de alto.
Por fuera, el complejo se completa con un mástil gigante con una bandera argentina y dos llamas votivas que ponen luz al santuario de peregrinaje kirchnerista.

