Difícil contener las lágrimas. Aún sin haber conocido a la docente jubilada de 72 años fallecida, resultaba titánica la tarea de desanudar la garganta para sostener la conversación. Del otro lado de la línea, su hija, Mariela, desconsolada. Ella no intentaba siquiera reprimir el tremendo dolor por la pérdida. Mucho menos su desconsuelo, ante la sospecha de que esa muerte puede quedar impune.

El sábado 28 de mayo ocurrió lo que nadie podía predecir. Una llamada telefónica. Hilda Emilce García, de 72 años, docente jubilada, estaba hospitalizada. Sus hijos acudieron presurosos. El cuadro, inimaginable. La mujer estaba prácticamente incinerada. Medio desfigurada, alcanzó a balbucear algo, según narró luego su hija Mariela. "La vecina…".

Aquel sábado la señora terminó envuelta en llamas. Nueve días después, murió producto de las gravísimas quemaduras que debió soportar. Desgarrada, su hija aseguró que no fue un accidente, que la atacaron en su propio departamento de avenida España al 725 Norte, en Concepción, como represalia por haberse quejado del ruido que provenía del mismo consorcio en horas de descanso. Que le robaron dinero y joyas. Que esto último no importa. Que lo verdaderamente irreparable es obvio. Que su madre murió de una manera espantosa. Que no era su momento. Que no hay explicación posible.

Difícil contener las lágrimas. Aún sin haber conocido a la docente jubilada. Les pasó a muchos que escucharon por radio el lamento de la hija, la súplica de que la justicia actúe y resuelva lo que posiblemente no se pueda. No hay detenidos. No hay pruebas.

El absurdo de una muerte que no se entiende. La madre que se fue por obra de nadie. La abuela ausente. Y la súplica eterna de su familia. No es una historia más. Cuesta contener las lágrimas.