"Yo cumplía con una misión. Simplemente lo seguí, anoté sus movimientos, tomé nota de su rutina a lo largo de años, observé todo aquello que me fue posible con los medios de entonces, y busqué en ese montón desordenado de información, los datos que ellos querían encontrar". La frase es de una carta que el espía ruso y agente de la temida KGB, Kostya Orlov, le escribió a don Leopoldo Bravo en mayo de 1999 en la que le confesó la misión de seguimiento que tuvo que cumplir desde que el sanjuanino llegó a Moscú en abril de 1947 hasta que dejó su primera misión diplomática en la capital soviética en 1955. Y que forma parte del último libro escrito por un dirigente del Partido Bloquista, Carlos Ciro Maturano, titulado "Pioneros II. El Bloquismo y sus hombres en el exterior", que será presentado hoy (ver aparte).

El relato se concentra en los hechos ocurridos en ocasión de ser Federico Cantoni primero y Leopoldo Bravo después, embajadores argentinos ante la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), hoy Federación Rusa, pero también menciona a Leopoldo Alfredo Bravo, actual embajador, quien siguió los pasos familiares.

Luego de 7 años de investigación, recopilación de datos y de recoger testimonios de aquella época, incluso algunos contados de boca en boca y que también Maturano le escuchó relatar al propio caudillo bloquista, los plasmó en 200 páginas llenas de anécdotas y vivencias de estas dos destacadas figuras del partido de la estrella.

Incluye el relato de la frustrada huida de 2 españoles de Moscú, Pedro Cepeda Sánchez y José Antonio Tuñón Albertos, que habían escapado de la guerra civil española buscando refugio en la URSS, pero cansados de las privaciones que debieron padecer querían huir ahora del duro régimen comunista.

Para ese plan contaron con la ayuda de Pedro Conde Magdaleno, que era "agregado obrero" de la Embajada Argentina en Moscú, quien pidió la colaboración de un sanjuanino que trabajaba como segundo secretario de la representación diplomática, Sigifredo Bazán Rivero. El plan consistía en que, a través de su función diplomática y gozando del privilegio de que no les revisaban el equipaje, los iban a sacar del país escondidos en baúles. Pero algo salió mal. Conde logró hacer subir al avión el primer baúl en el que estaba escondido Tuñón, pero con tan mala suerte que cuando ubicaron la carga en la nave quedó con la cabeza para abajo. En el caso de Bazán, que tenía a cargo el otro baúl que contenía a Cepeda, no pudo pagar el exceso de equipaje y su viaje se aplazó.

Cuando el avión con Conde y el baúl con Tuñón en su interior despegó, al poco andar el español no aguantó y empezó a patear para que lo liberaran y así fue descubierto. El resultado fue que la nave aterrizó en el aeropuerto de Lvov, en Ucrania, y Conde y Tuñón fueron detenidos y denunciados a la KGB.

Ahí tuvo que intervenir un joven embajador Bravo, en enero de 1948. Su tarea fue lograr que tanto Conde como el sanjuanino Bazán, quien también había sido descubierto, pudieran salir del país y escapar a una condena que, por aquella época se pagaba hasta con fusilamiento. Objetivo que al final logró luego de arduas negociaciones con las autoridades rusas.

Otro hecho que relata el libro, que está dividido en capítulos titulados "El reencuentro", "Relaciones en peligro", "La última visita" y "Crónicas", es el reencuentro de Cantoni con Josip Broz, el Mariscal Tito. Había estado en San Juan formando parte de un grupo de 300 operarios yugoslavos que llegó en 1924 para trabajar en la construcción del Parque Rivadavia, pero después de distintas actividades fue apresado en 1931 por el gobierno del general José Félix Uriburu y acusado de predicar una "doctrina disolvente y apatrida", que se castigaba hasta con la pérdida de la vida.

Con la intervención de Cantoni ante Uriburu, el Mariscal Tito, logró escapar de un fusilamiento seguro y fue expulsado del país.

Con el paso de los años, Tito llegó a ser presidente de la República Socialista de Yugoslavia, y en ocasión de una visita a Moscú y enterado de que Cantoni era embajador, lo fue a saludar y a agradecerle por haberle salvado la vida.

El libro finaliza con el relato de la llegada de Leopoldo Alfredo Bravo, en 2006, al cargo diplomático que habían ocupado su padre y de su tío.