Según el diccionario de la Real Academia Española, es la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular. Tiene también otra acepción, muy similar: degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder. En términos más simples aún sería: tener el sí fácil para evitar desgastarse ante la opinión pública. Aún cuando esa respuesta siempre afirmativa signifique luego males mayores.
La respuesta al acertijo es la palabra "demagogia". Esa punta letal que empuñan muchas veces los discursos políticos de campaña para herir al oponente, toda vez que le imputan ser autor de promesas sólo fundadas en el interés por contentar a la gente. A menudo, ejemplifica la parábola bíblica de la paja en el ojo ajeno que distrae al crítico acerca de la viga que tiene en su propia visión.
Sin embargo, más allá de los blancos y negros de la moral aristotélica, en el campo de lo cotidiano surgen innumerables circunstancias en que el límite entre la política que escucha a la gente y la simple demagogia se desdibuja.
Pasó días atrás, cuando un grupo de familias de la Villa Pueyrredón, ubicada detrás del Penal de Chimbas, se apostó en el hall del Centro Cívico y forzó una audiencia pública con el interventor del Instituto Provincial de la Vivienda, Vicente Marrelli. Allí las mujeres manifestantes plantearon su profunda disconformidad con el plan de pagos que deben afrontar tras la construcción de cocina, baño y lavadero en cada una de sus viviendas: 100 pesos mensuales durante 40 años, sin interés.
Traducido significa un crédito a tasa 0, en pesos, por un capital de 48.000 pesos a devolver en 40 años. Vale señalar la obviedad en este caso: no existe un financiamiento semejante -ni siquiera algo que se le parezca- en el sistema bancario privado.
Cualquier familia que pretenda construir por un monto de 48.000 pesos tiene dos alternativas, donde la primera es juntar billete por billete con la esperanza de que la inflación no le siga alejando demasiado la meta de ahorro; y la segunda es buscar un crédito bancario bajo las condiciones de un mercado en crisis, mezquino a la hora de prestar.
Las mujeres de la Villa Pueyrredón dijeron que el monto de 100 pesos mensuales es muy elevado y que el plazo a 40 años también es excesivo. Reclamaron que por ese valor les construyan viviendas enteras. Y, aparentemente, encontraron aliento en el hiper-difundido sorteo de las 2.271 casas de clase media.
El acertijo, en este caso, es dónde trazar la línea de la justicia social, que separe claramente la reivindicación de las clases eternamente postergadas por un lado, y la simple demagogia del sí fácil, por el otro. Dichas así las cosas, puesto blanco sobre negro, no caben los atajos. Aún cuando el desgaste político sea el precio a pagar.
