En vano se esforzaron los custodios y hombres de protocolo del Ejército para hacerlo a un costado. El perro, insistente como mosca, se tomó el minucioso trabajo de estamparle sus ladridos a cada soldado y movilidad militar que participó del desfile. Es uno de los tantos perros callejeros que suelen estar por Avenida Central y que, en días normales, transcurre sin pena ni gloria. Pero ayer se robó los flashes, los comentarios, las carcajadas y más de un amague de patada.

Mayormente negro, grueso, de cabeza cuadrada e interiores beige. Un ladrido seco, rasposo. Una pata (la trasera derecha) casi inutilizada. Y la lengua colgando para un costado en su carrera frenética y tripódea. Así iba y venía, haciendo ruido entre las marchas militares y reclamando el terreno que le habían ocupado en su calle.

Tan dueño de casa se sentía, que le tiraba tarascones a las ruedas de los tanques de guerra. Y mientras recorría la avenida, los niños de ambos costados lo llamaban, lo enloquecían un poco más y le hacían fotos. A esa altura, merecía el protagonismo. Era el único cuadrúpedo que había aguantado hasta el final del desfile.