El juez de la Corte Suprema, Raúl Zaffaroni ha desmentido los rumores que le atribuían estar trabajando detrás de un proyecto para instaurar un sistema parlamentario en la Argentina.
Los medios que se hicieron eco de la versión vincularon el proyecto con el supuesto deseo presidencial de seguir en el poder más allá de 2015. Sólo el desconocimiento del funcionamiento del sistema parlamentario puede dar lugar a semejante malentendido.
Al desmentir la noticia, Zaffaroni reiteró sus conocidas posiciones en contra del sistema presidencialista, que considera definitivamente agotado y sobre la conveniencia de ir a un sistema parlamentario, siguiendo los lineamientos del modelo alemán. Las tesis del actual ministro fueron expuestas hace años, en un difundido artículo publicado en Le Monde Diplomatique, de modo que sus posiciones no responden a cuestiones de coyuntura.
El mandato de los Presidentes o jefes del Estado en las repúblicas parlamentarias-cargo cuasi protocolar que no debe ser confundido con el de Primer Ministro- está fijado en la Constitución y generalmente no contempla la reelección. Lo que se admite es la posibilidad de que el Primer Ministro pueda ser nuevamente elegido, al producirse la renovación de las Cámaras legislativas.
En el sistema presidencialista, el Presidente resulta electo por un período fijo de mandato y durante ese tiempo no puede ser revocado, excepto en el caso muy improbable de un juicio político. En el sistema parlamentario, en cambio, el Primer Ministro puede ser revocado en cualquier momento si una moción de censura, votada en la Cámara de Diputados, alcanza a reunir la mayoría de votos (la mitad más uno).
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De modo que, lejos de contar con un mandato ‘eterno‘, el Primer Ministro -que actúa como mero delegado del Parlamento- puede ser despachado a casa en cualquier momento. Esta es la enorme ventaja que ofrece el sistema parlamentario sobre el presidencialista.
La posibilidad de que si el Primer Ministro -o Presidente del Gobierno- comete graves desatinos, puede ser echado con la misma facilidad que la Comisión Directiva de un club de fútbol se desprende de un DT ineficaz.
Para tomar conciencia de lo absurdo del sistema presidencialista, se puede imaginar un país donde los DT de los equipos de fútbol fueran designados por períodos de cuatro o seis años y durante ese lapso no pudieran ser despedidos, con independencia de los resultados obtenidos en el campo de juego.
Otra ventaja del sistema parlamentario es que permite que se refleje con mayor fidelidad la voluntad del electorado. A efectos de clarificar esta afirmación, vale la pena hacer un ejercicio comparativo de ficción entre el actual sistema electoral argentino y cómo funcionarían las cosas bajo un sistema parlamentario. Por ejemplo, si en las próximas elecciones Cristina Fernández obtuviera 40% y uno más de los votos y ninguno de los otros candidatos llegara a 30%, quedaría consagrada Presidenta en la primera vuelta.
En un sistema parlamentario, en cambio, si el conjunto de la oposición obtuviera, siguiendo el ejemplo, 60% menos uno de los votos, tendría aproximadamente el mismo porcentaje de diputados y podría, por consiguiente, en el caso de llegar a un acuerdo, elegir al Primer Ministro.
Obviamente, esto requeriría la formación de un Gobierno de Coalición, en donde los partidos que participan en el acuerdo tendrían que deponer parte de su plataforma para alcanzar un programa común, que sería fruto del consenso alcanzado. Como se percibe, este tipo de acuerdos parlamentarios, junto con la revocabilidad del mandato, instala el debate frente a gobiernos muy alejados de las formas monárquicas en que actualmente se ejerce el presidencialismo en América latina. El Primer Ministro carecería de los inmensos poderes que tiene actualmente cualquier presidente de la Argentina que les permiten gobernar a su entero antojo, al estilo de los monarcas absolutos anteriores a la Revolución Francesa.
De modo que la iniciativa acariciada por Zaffaroni, lejos de reforzar los poderes del Presidente de turno, tiene el efecto práctico de acabar con la tendencia natural hacia el autoritarismo que propicia el sistema presidencialista.
Ahora bien. Lo que resulta más difícil imaginar es que quien no se priva de explotar a fondo todas las posibilidades de poder que ofrece la peculiar semi-monarquía presidencialista argentina decida un buen día abrir las puertas del palacio para permitir el acceso de un nuevo sistema institucional en el que su primer deber consistiría en arrojar las llaves del reino a las profundidades del Lago Argentino.

