El junco, que puede doblarse pero difícilmente quebrarse, terminó en boca de muchos a la hora de justificar posiciones personales y, a menudo, extremas. Hubo quienes lo utilizaron para fundamentar su flexibilidad en pos de evitar una ruptura y, en la vereda de enfrente, hubo quienes lo emplearon para sostener el argumento exactamente opuesto, es decir, caer pero jamás ceder a las presiones. El asunto metafórico adquirió un sentido más visible la semana pasada con el polémico fallo del tribunal internacional de La Haya sobre la pastera Botnia y la lucha inclaudicable -y sorda- de los asambleístas de Gualeguaychú. La lógica se extendería también, en breve, a suelo montañoso. Habrá que ver con cuál de las dos posturas: la flexible o la rígida.

Esta semana que comienza, la Cámara de Diputados de la Nación comenzará a discutir qué comisión debe acaparar el debate por la nueva Ley de Glaciares. A priori, se anticipa un debate entre dos posiciones: la primera, que únicamente entienda sobre el asunto la Comisión de Recursos Naturales y Conservación del Ambiente Humano; la segunda, que además vaya a la Comisión de Minería. Quienes están enrolados en el segundo supuesto entienden que la omisión de este paso sería reincidir en el tratamiento que tuvo la ley original, que terminó con el veto de Cristina Fernández.

Quienes aseguran que sólo debe ser materia de debate de la Comisión de Recursos Naturales, advierten que el tema es proteger los glaciares, como reserva de agua dulce, independientemente de la actividad que se afecte con esta regulación. Si el proyecto pasara por Minería, con el mismo criterio debería remitirse a todas aquellas comisiones vinculadas a actividades económicas que podrían desarrollarse en la alta montaña, donde se encuentran estos cuerpos de hielo.

Curiosamente, un legislador sanjuanino definió la semana pasada el asunto como una puja entre dos sectores "ultra", "ultra-ambientalistas" versus "ultra-mineros". El lector sabrá cuáles son los nombres célebres del parlamento argentino que militan en uno y otro grupo. El diputado aludió esta división con la pretensión de colocarse por encima de ella y encontrar un justo equilibrio entre ambas. Tarea difícil.

Días atrás, el economista local Sergio Rosa Donati escribió que la especie más vulnerable del planeta no es la ballena o el oso panda, por citar dos ejemplos, sino el propio ser humano. Y definió que el ecosistema de este ser vivo equivale a la economía, entendida a escala global. Bajo ese punto de vista, las protestas ambientalistas terminarían conspirando contra la supervivencia del hombre mismo.

En abierta colisión con este enfoque, la asamblea de Gualeguaychú reaccionó furiosamente ante la no relocalización de Botnia tras conocerse el fallo del tribunal internacional de La Haya. Los magistrados dijeron que la papelera no contamina y los ambientalistas los tildaron de corruptos justamente por haberse expresado en ese sentido. Agravaron la protesta, lejos de aceptar la voz holandesa como una opinión técnica y jurídica fundada.

Cosas que pasan cuando no hay más razón ni justicia que la propia razón y el propio concepto de justicia. ¿Pasará lo mismo con la minería?