Desde el cielo, se ve claramente cómo la ciudad le ha ido ganando espacio al mar. Cada dos pasos hay un canal, o un dique, y ambos apuntando al mismo objetivo, desalojar el agua de su lugar natural, donde ahora domina el hombre. Ámsterdam tiene unos 800 mil habitantes, contenidos en 300 kilómetros de largo y 200 de ancho. Aquí todo parece haber sido pintado por el mismo artista, porque predominan los colores fuertes, las casas de ladrillos rojos, las calles con adoquines, las ventanas alargadas que, a su vez, tienen la más resaltable de las características: ninguna cuenta con rejas y muy pocas cortinas.

La ausencia de cortinas, según Yeni Velázquez, una guía turística de origen peruano que hace más de 30 años vive en Ámsterdam, viene de una antigua costumbre arraigada en la religión, allá por fines del 1500, que indica que las personas que pretendían algún ascenso social, no tenían nada para ocultar, por eso dejaban que se viera hasta donde la vista les podía llegar. Aunque Yeni aclara que ese fue en el inicio y ahora simplemente es para dejar entrar más luz solar al interior de las viviendas de la ciudad.
 

Lo diferente
 

Al caminar por las calles de la parte más comercial de Ámsterdam, las características de esta ciudad histórica saltan a la vista: bicicletas, marihuana, museos y prostitutas. Jóvenes de varias partes del continente europeo, y de Holanda también, por supuesto, fuman marihuana sin vergüenza ni restricción en la calle, en las veredas y los bares. En las esquinas y a cada paso hay negocios donde la venden ya procesada o las plantas para cultivar en donde el comprador quiera hacerlo. Yeni aclara: “No es que aquí las drogas sean libres, aquí sólo se permite consumir cinco gramos de drogas blandas, como puede ser la marihuana, a personas mayores de 21 años”.

Existen los “Coffee Shop”, que son una especie de bares en los que se comercializa esa cantidad de droga, aunque no sirven bebidas alcohólicas y están llenos casi siempre. Paradójicamente, los holandeses están más preocupados por los altos niveles de consumo de alcohol en los jóvenes que por el de cannabis.

“Con los autos no hay problema, pero no se le atraviesen a una bicicleta”, dijo uno de los guías que recibió al grupo. Y es verdad, hay bici-sendas en toda la ciudad y ese tipo de vehículo tiene prioridad absoluta frente al paso de los demás vehículos. No frenan, atropellan. Los holandeses las han adoptado como medio saludable y económico de transporte, y aquí es común ver a un hombre de negocios ponerle llave al candado de su rodado, nadie se sonroja, ni nadie se apena por llegar pedaleando a cualquier destino.

El popular ‘Barrio Rojo‘, donde la prostitución es legal, parece ser la zona más transitada por los turistas, hombres y mujeres, de todas las nacionalidades posibles. Allí, mujeres alquilan cada ocho horas pequeñas vidrieras donde se exhiben semidesnudas buscando eventuales clientes. Según Yeni, la mujer de origen peruano, “esto ocurre desde hace muchísimo tiempo, porque no hay que olvidar que toda esta zona era zona portuaria”. Se supone que se evita la trata de mujeres, porque el comercio es directamente con la persona que ofrece el servicio, aunque “no sé si en todos los casos es así”, aclara la guía que cuenta cómo vive la ciudad. 

Cualquiera puede pensar que con prostitutas ofreciendo sus cuerpos en cada esquina y personas fumando marihuana por todas partes, los niveles de inseguridad podrían ser más altos que en cualquier otra parte. Nadie acercó ese dato de manera oficial, pero en un rápido sondeo entre algunas de las personas que vienen en Ámsterdam desde hace años, todos coinciden en que la inseguridad no es un problema. Se puede caminar a las tres de la mañana sin problemas, y lo único que preocupa es el carterismo, algo parecido al arrebato, pero sin moto, ni arma, ni mujeres ancianas arrastradas por los ladrones.