Viviana Rivas (40), enferma de diabetes, trabaja desde su casa para un call center y atendía una llamada cuando un estruendo la hizo saltar de la silla. El ruido provenía de la cocina-comedor, donde estaba Mateo (11), el menor de sus tres hijos. Ella de inmediato se sacó los auriculares, corrió y pensó lo peor, porque en medio de una nube de tierra pudo ver que adentro de su casa había nada más y nada menos que la parte trasera de un camión, que se había incrustado luego de una mala maniobra del chofer. Los adobes de la pared saltaron por el aire y destruyeron la mesa, cuatro sillas, un mueble y partieron en dos la hamaca de madera donde estaba sentado el niño. La mujer cerró los ojos y temió lo peor, pero increíblemente hubo milagro, porque el nene no sufrió ni un solo raspón. Eso podría decirse que es su consuelo, porque desde ese día ella y su familia atraviesan un verdadero drama: noches sin dormir, tierra, ruidos molestos y el miedo a la inseguridad.

"Fue un susto enorme, la verdad podría haber pasado cualquier cosa", dijo ayer Viviana, respirando hondo, mientras señalaba el nylon negro con el que les taparon el hueco de aproximadamente 9 metros cuadrados que aún tiene la casa, pese a que el inconveniente ocurrió hace más de una semana, precisamente en la mañana del lunes 19.

El techo, que es de cañas y palos, corre riesgo de derrumbe.

La vivienda está ubicada en el 111 (S) de Mariano Moreno, en Rivadavia. Al lado hay un lavadero que el municipio contrata para el aseo de las movilidades, como el camión recolector de residuos que terminó impactando contra la pared lateral de la casa tras un mal cálculo del chofer cuando hacía marcha atrás.

“Una burla”. Así calificó Viviana Rivas (foto) la provisoria solución que les dio el municipio: tapar el hueco con un nylon negro.

Viviana afirmó que desde el minuto cero las autoridades se tiran la pelota, mientras ellos se las arreglan como pueden para tratar de llevar una vida normal. Pero es imposible, o realmente muy difícil. "Sentimos todos los ruidos del lavadero, como si lo tuviésemos acá adentro. En las noches mi marido se queda a dormir en el comedor por miedo a que se nos quieran meter, y encima con las luces prendidas. Yo casi ni duermo, es todo un problema. Ni hablar de la tierra y el frío que entra. Todos los días ruego que no llueva o haya viento", enumeró la mujer, a quien el día del accidente la diabetes (es insulinodependiente) le jugó una mala pasada, por los nervios y la desesperación: "Me empecé a sentir mal, me bajó el azúcar a 0,50, fue horrible".

La señora, con la voz quebrada, admitió que por momentos llora, para desahogarse. Dijo que lo que más bronca le da es pensar que a otros puede parecerles insignificante la situación que atraviesan, pero es tanto el daño que les genera que ella hasta perdió el turno para vacunarse contra el coronavirus, porque no puede dejar a los niños solos y su marido, llamado Alejandro Ruiz (45), anda casi todo el día en la calle vendiendo prepizzas y empanadas. "Trato de no hacerme mala sangre, pero juro que esto ya me está cansando. Nosotros no molestamos a nadie, trabajamos todos los días, no cobramos ningún plan. Por ahí me pongo a pensar, no hicimos nada, solo estábamos en la casa… ¿por qué tenemos que pasar por esto? No pido nada de más, no quiero plata, nada de eso. Solamente que quede todo como estaba", concluyó.