Escenario. Peritos buscaron ayer el plomo que atravesó la cabeza del menor en el lugar donde lo mataron.

 

Se llamaba Celín Agüero, tenía 15 años y vivía con sus padres y sus cinco hermanos sobre la calle Matías Zapiola, metros al sur del cruce con O’Higgins, en la Villa Hipódromo. Ayer, alrededor de las 3, sus propios familiares escucharon una detonación y, al salir, lo hallaron tirado en el veredín de un espacio verde situado frente a la vivienda. Más tarde, los investigadores a cargo del fiscal coordinador Adrián Riveros y el fiscal Francisco Pizarro (UFI de Delitos Especiales) establecieron que la bala había ingresado por la sien derecha del chico y le había atravesado la cabeza.

El caso se manejaba ayer con mucho hermetismo. De todos modos, un grupo de investigadores parecía inclinarse hacia la teoría de que alguien mató al chico. Sin embargo, tampoco descartaban que se hubiera quitado la vida, por las huellas de ahumamiento encontradas en el área de ingreso del proyectil, clara muestra de que el caño del arma apoyó o estuvo muy cerca de la sien.

Celín Agüero

 

Lo llamativo del caso es que, en caso de suicidio, el arma debió haber quedado en la mano de la víctima o junto al cuerpo y ayer no la habían encontrado.

Los investigadores tienen determinado el calibre de esa arma, porque en el lugar encontraron una vaina servida.

Suponer que alguien lo mató tenía más sentido para los familiares del menor. Un pariente del chico contó escuetamente a este diario que a la hora del crimen, una hermana del menor escuchó como una frenada o el sonido de la fricción de los neumáticos contra el asfalto y también el ruido de un disparo.

Por eso, algunos investigadores parecen creer que el menor pudo ser asesinado como parte de una venganza o un ajuste de cuentas.

El resultado de la autopsia, el de las pericias encaradas en la escena del crimen (ayer buscaron el plomo en ese lugar) y el de otras pruebas, como los dichos de testigos o el examen de las cámaras de seguridad, son claves para esclarecer el caso.