El chapista hizo lo que casi todos hacen: sacar la camioneta del cliente para cuestiones particulares. Pero pasó lo que nunca imaginó que, por imprudencia o mala suerte, en el camino atropelló a un anciano en una calle de Trinidad, Capital. Y ahí se le armó. El tallerista decidió fugarse y el abuelo luego falleció en el hospital. Más tarde, la policía encontró al vehículo, que ya estaba siendo reparado, y también al conductor prófugo que angustiado reconoció: "me fui porque la camioneta no es mía", según una fuente policial. No era todo, el rodado tampoco tenía seguro.
La peor parte se la llevó Mario Isbrain Bravo, un reconocido ingeniero de minas de 83 años que vivía en el barrio Bardiani, en Trinidad, que murió ayer las 17:15 a raíz de las graves heridas que sufrió en la embestida. El problema ahora lo tiene Carlos Eduardo Molina Aráoz, de 41 años, el chapista que conducía esa camioneta Toyota Hilux que atropelló al anciano y que hasta anoche estaba detenido en la Seccional 3ra. imputado de homicidio culposo. Otro que podría tener inconvenientes es Héctor González, quien es el dueño o tenía la Toyota en su agencia de vehículos y que probablemente también tenga que responder por no contar con el seguro contra terceros, explicaron fuentes policiales.
Según estableció la policía, González llevó la Toyota al taller de Molina Aráoz -en Mendoza cerca de Cabot- para que arreglara un detalle del paragolpe y la lustrara. De hecho, ayer tarde la tenía que ir a buscar, explicaron. Sin embargo, pasado el mediodía de ayer, el chapista sacó la Toyota aparentemente para llevar a sus hijos al colegio. Cuando transitaba con su mujer en la camioneta a eso de las 13:50 por General Acha, casi San Francisco del Monte, sucedió lo peor. En ese momento embistió violentamente a Mario Bravo, que cruzaba la calle a pie. Una comerciante de nombre Nancy relató que "el cuerpo del abuelo rebotó en el capot y voló en medio de la calle. La camioneta paró. El conductor se quedó adentro, pero bajó una mujer que preguntaba si conocíamos al anciano". La testigo describió que Bravo tenía la cabeza lastimada y no se movía. Mientras atendían al herido, el conductor estacionó la Toyota en el otro costado de la calle y de un minuto a otro fugó. Habían dos policías, pero ninguno tomó la chapa, aseguró la almacenera.
Fue el comisario inspector Aníbal Zárate, jefe de la Seccional 3ra., quien más tarde obtuvo una pista. Cuando inspeccionaba el lugar del accidente, un testigo se acercó y le contó que vio una camioneta similar a la que atropelló al anciano, en un taller de calle Mendoza, dijeron fuentes policiales. El comisario y otros efectivos fueron al sitio señalado y efectivamente hallaron la camioneta Toyota: le faltaba el paragolpes, la parrilla y el capot. Interrogaron a un empleado, que terminó por contar que su patrón, Molina Aráoz, la había dejado un rato antes y ordenó que la repararan de inmediato, relataron fuentes del caso. Los policías descubrieron que ya habían arreglado el abollón del capot y que otras partes como el paragolpe y la parrilla estaban rotas. Con la policía en su negocio, Molina Aráoz no tuvo más que hacerse presente. "¿Por qué escapó?", le habría dicho un uniformado y él respondió "de pelot…. Me fui porque la camioneta no es mía", contó un testigo. Después apareció el dueño o el poseedor de la Toyota, que explicó que el vehículo no tenía seguro. A todo eso, Bravo todavía seguía internado, pero horas después falleció.

