FELIZ. Roxana Manrique posa sonriente para la foto. El disparo que recibió en la cabeza a principios de este mes por fortuna no afectó su embarazo y celebra eso. Con su novio Adrián ya tienen todo listo para recibir a Ayla Elena.

 

La joven se sienta en la cama y se pone a pensar, mientras se acaricia la enorme panza. A un costado está la cuna, rodeada de peluches y cubierta con un tul rosa. "Ayla", se lee en un cartel pegado a la pared junto a estrellas brillantes, nubes y otras decoraciones. El balance termina siendo positivo, a pesar de todo. Porque está viva, porque su embarazo no corre riesgo y porque interiormente ya lo superó.

Ya pasaron 22 días del balazo que le perforó la cabeza y faltan 13 para conocerle la cara a Ayla Elena. Roxana Manrique (18) la espera ansiosa. Toda su familia lo está también, a sabiendas de que hoy la podrían estar hasta llorando. "La estamos esperando con muchas ganas porque la verdad la pasamos muy mal", admite Carlos Funes, el suegro. Y ella agrega un detalle que encrespa la piel de todos los que la escuchan: "Pensé lo peor porque la bebé no se movía".

Roxana por primera vez se animó a hablar de la traumática situación. Fue ayer, con DIARIO DE CUYO y desde la casa de sus suegros, en el barrio caucetero Raúl Gómez, donde ya le armaron la pieza a la bebé.

Se la nota tranquila y habla bajito, pero en ningún momento oculta su simpatía. En pasajes de la charla se ríe, como cuando afirma que no hay forma de que Ayla no salga hincha de Boca. Eso sí, cuando repasa lo que pasó aquella noche del 7 de junio pasado se pone seria.

Faltaban algunos minutos para las 10. Roxana estaba en la casa de sus padres, en la zona de Los Médanos, a unas 20 cuadras de su actual residencia. Manipulaba su teléfono, sentada en el comedor. A escasa distancia su padre miraba televisión. Ella dice que habían escuchado disparos, pero que no le habían dado importancia. De golpe, un estruendo los dejó confundidos.

"Se habían sentido ruidos de disparos. Cuando escuché el último, lo sentí en el cuerpo. Me levanté, sentía que me corría algo caliente por la cabeza, me toqué y vi que era sangre. Mi papá lo primero que pensó era que se me había explotado la batería del celular, pero mi hermano lo revisó y no tenía nada. Yo jamás pensé que me podrían haber dado un disparo. Hasta me imaginé que era un golpe de presión, algo así, qué sé yo, que se me había reventado la cabeza de la nada", rememora.

Esos segundos fueron de pura desesperación, pero ella misma se encargó de llevar calma: "Les dije a mis papás que me llevaran al hospital pero que se tranquilizaran porque yo estaba bien, me sentía bien, el tema era que estaba llena de sangre". Su madre, empecinada en encontrar explicaciones, había salido a preguntar quién estaba efectuando disparos y si alguien había visto algo. En medio de toda esa situación de incertidumbre y angustia, su padre Ricardo buscó las llaves de su Renault 9, la cargó y partieron hasta el hospital departamental.

Fue en ese momento cuando experimentó la peor sensación de su vida. "Tuve mucho miedo por la bebé, porque al principio no se movía y ella es súper inquieta, todo el tiempo se está moviendo en la panza. Yo le dije a mi mamá que sentía que no se movía", expresa, con un nudo en la garganta. Traga saliva y continúa: "Después, cuando estaba en el hospital, empezó a moverse solita y ahí ya me quedé más tranquila. Claro, debe haber sido por el mismo susto".

En el Hospital de Caucete le hicieron una placa y descubrieron que tenía la bala entre el cuero cabelludo y el cráneo. Por la complejidad del cuadro decidieron derivarla a Capital. Mientras una ambulancia la trasladaba al Hospital Rawson, la zona de Los Médanos ya estaba revolucionada. Esa misma noche los policías de la seccional 9na apresaron a un tío de la joven, que vive a escasos metros, y a dos amigos, sospechados de haber estado bebiendo y divirtiéndose efectuando disparos con un rifle calibre 22 que los pesquisas hallaron a unos 150 metros de la escena del hecho.

Roxana pasó toda esa noche con el plomo en la cabeza y recién a la mañana siguiente se lo extrajeron. Explica que le tuvieron que limar el cráneo y limpiarle bien la zona para que no quedaran restos. Estuvo en observación y, con el visto bueno del neurocirujano, el martes por la mañana recibió el alta. Fue un baldazo de alivio para ella y para toda la familia, que vivió esos tres días como un calvario.

Hoy, dice que la única marca que tiene es física: la cicatriz en la cabeza. Anímicamente se siente bien y transita los últimos días del embarazo con mucha calma. No guarda rencor "porque no fue intencional" y está dispuesta a perdonar a Roberto Pereyra (46), el único que sigue preso luego de hacerse responsable del disparo. Hace unos días los otros dos fueron a verla y a pedirle disculpas. "Me dijeron que le habían estado tirando a un lechuzo pero que el disparo que me dio a mí no fue apuntándole a nada, sino que el hombre se afirmó el arma en la pierna, la bala salió accidentalmente y después cruzó la pared de machimbre de la casa. Yo les expliqué que con esto tienen que aprender, que sepan que pillar un arma no es cualquier cosa", recuerda la chica, que cursó el secundario hasta cuarto año y que piensa retomar el año que viene. Y cierra, con una sonrisa de oreja a oreja: "Celebro que estoy viva, podría haber sido mucho peor".