Con 17 años, lo que L.A.G. hacía de su vida lo ponía cada vez en un camino recto hacia la cárcel. Porque se drogaba, porque robaba. Y el 4 de febrero pasado ese fue el resultado, luego de quedar en la mira por una seguidilla que incluyó la compra por $1.000 de una pistola cargada con 7 cartuchos. El robo de una moto en el barrio San Martín, Capital. La salida en ese rodado a una fiesta en la que se drogó con un cómplice y en la que salieron luego a robar a mano armada. Esa vez, el 24 de enero a las 6,30, en el barrio Luz y Fuerza I, en Chimbas, dieron el golpe robándole la cartera con $35 a una joven, pero a un costo lamentable para su novio. Marcos Arancibia (24), que intentaba auxiliar a su novia, recibió un tiro que le destrozó el corazón y no tuvo escapatoria.
El joven homicida (el pasado 31 de agosto cumplió 18 años), no tuvo problemas en reconocer ante el juez de Instrucción, Guillermo Adárvez, que protagonizó esa secuencia de episodios que terminaron en un crimen. Y que al enterarse que había matado, arrojó el arma a un canal. Aunque, conocedor de los códigos delictivos, se cuidó de dar nombres, principalmente el de su cómplice, dijeron fuentes judiciales.
El reconocimiento de una vecina que lo vio y otras pruebas sirvieron al magistrado para dar por acreditado que fue el autor. Y por eso lo procesó por el homicidio agravado (matar para consumar el robo) de Arancibia y el robo agravado contra la novia del joven, la enfermera Romina Belén Castro. En su resolución, el juez sobreseyó a otros cinco sospechosos.
La vida de la pareja, entonces, era diametralmente opuesta. La noche anterior habían salido a cenar con otros amigos y a la hora del crimen, ella iba a tomar el micro para ir a trabajar. Y Marcos se tomaba otro para ir a su casa y luego salir a repartir pan.
Ahora, el caso pasaría a la justicia de Menores y allí decidirían si debe o no ser condenado, precisaron.
