Cada ladrillo, cada mueble, cada plato. Hasta el lavarropas usado que hace cinco meses compraron: "Me servía porque cuando uno tiene niños es una necesidad básica", dice Mónica, mientras observa el aparato, ya inservible en medio de un cuadro desolador. Mónica está en su casa, pero la imagen parece sacada de una película de guerra. El techo despedazado y, alrededor, cosas convertidas en escombros con el típico color hollín y herrumbre que deja el fuego. Nada se salvó de las llamas en esa vivienda de dos ambientes y un baño que cuatro años atrás, Mónica Palacios (27) y su marido Víctor Rojo (36) comenzaron a habitar con sus tres hijos (de 9, 6 y 5 años) en una suerte de prolongación de la Villa Marcó, en Campo Afuera, Albardón, detrás de la calle Maestro Aneas, al Norte de Progreso.
Como otras familias del lugar, se arriesgaron pues no tienen servicio de electricidad ni agua potable. Pueden pasar el día a día, porque otros les pasan agua y luz, como a la familia de Víctor y Mónica, que se proveían de los padres de él que viven adelante, en la misma propiedad.
Esa falta de luz y agua fue clave en el siniestro que ahora lamenta la joven pareja. "Los bomberos me dijeron que fue un cortocircuito en la conexión con el cable de mi suegro lo que inició las llamas", dice la joven madre, mientras señala un lugar cercano al techo de machimbre por el que se introducía el cable.
La falta de agua fue el otro problema que gravitó a la hora del perjuicio, porque cuando el fuego comenzó los vecinos corrieron a ayudar pero todo se les complicó por la falta de agua.
Cuando los bomberos llegaron poco y nada pudieron hacer. Tres camas, dos televisores, una heladera, tres roperos con toda la ropa y el calzado de la familia, una mesa, sillas, un modular, un sillón, la vajilla y todo lo que había en el baño fue fue destruido por las llamas.
"Acá nos tienen a las vueltas, ya le pedimos hasta por nota al municipio pero no hay caso que nos ayuden a que tengamos agua y electricidad", se quejó una vecina.
Todo pasó sobre las 11 del jueves, cuando Mónica trabajaba (es empleada doméstica) y su marido también (es jornalero). La casa estaba cerrada y los niños estaban con sus abuelos. "No había nadie, estábamos trabajando y ahora no sabemos a donde ir. Mi suegro tiene una sola pieza y anoche (por ayer) dormimos bajo una ramada, pero no podemos vivir así, necesitamos un techo para poder empezar otra vez, porque perdimos todo", dijo la mujer entre lágrimas.