Javier significaba casi todo y, a la vez, lo único que tenían los Cano. Mónica soñaba que algún día su único hijo sería grande, que se casaría, que le daría nietos y formaría esa familia que ella jamás había podido tener. Su historia de madre soltera hacía que su vida girara entorno a ese jovencito, que a los 18 años experimentaba a ser hombre. ‘Yo me olvidé de mí por pensar en él. Nunca formé pareja y me aferré a mi hijo porque lo era todo para mí’, dice Mónica. Sus días eran tranquilos en ese entonces en esa sencilla casa del callejón Herrera en Santa Lucía. Javier era el mimado de su tío Alejandro, que por la convivencia de tantos años y la confianza que se tenían lo consideraba como su hermano menor, y también de su abuelo Ramón, que crió a su nieto mayor desde que era bebé. Por eso maldicen esa noche que Javier Alberto Cano no les hizo caso. Don Ramón Cano y Mónica le pidieron que no saliera, temían que algo le pasara. Sucede que tiempo atrás le habían robado el celular. Pero él quería divertirse esa madrugada del 6 de diciembre del 2009 y se fue sin despedirse. Ninguno pensó ni remotamente que esa noche, de regreso de un boliche, dos desconocidos atacarían al grupo de amigos mientras esperaban el colectivo en la puerta del Colegio de Don Bosco, en Trinidad. Javier recibió una puñalada en el pecho, igual que otro de los chicos.
El peor momento
Mónica recuerda que la llamaron por teléfono para avisarle. Nadie le dijo que su hijo estaba grave, pero extrañamente no dejaron que entrara a verlo a la guardia del Hospital Rawson. Era acaso el indicio de que algo andaba mal. Al rato, cuando escuchó gritar y lamentarse a su cuñado, ella supo que no había nada que hacer. Su hijo, lo que más preciaba, acababa de morir por ese puntazo en el pecho. Sintió de golpe un escalofrío que le laceraba el alma y que se ahogaba en sus propias lágrimas de dolor.
‘Me dicen que su muerte fue cuestión del destino, pero yo no lo acepto. Ninguna persona tiene derecho a quitarle la vida a otro. Me cuesta entender que se haya ido así. Quizás me resignaba si hubiera muerto en un accidente o por otra causa, pero no de esa forma. Yo decía: ¿por qué?¿por qué Dios me castiga llevándose a lo único que tenía? No podía entender que la noche anterior había estado con mi hijo y que al día siguiente ya no lo tenía más’, explica Mónica, que en ningún momento pronuncia la palabra asesinato o crimen. Nada trajo alivió a esa tristeza y nada fue igual desde aquel día. Mónica no pudo volver a trabajar y cayó en un estado depresivo. El solo ver la cama vacía de su hijo en la pieza que compartían, le destrozaba el corazón.
El desconsuelo
Cada vez que Mónica junto a su hermano Alejandro y su padre se sentaban alrededor de la mesa o se encontraban en cualquier parte de la casa, se abrazaban y lloraban desgarrados por el sufrimiento de esa partida que no tenía retorno. Y así estuvieron por largos meses removiendo el dolor y los recuerdos por Javier, imaginando en vano que lo verían regresar a casa. Mónica no le hallaba sentido a la vida. ’Pensaba y me decía a mí misma: hijo, vení a buscarme y llevame con vos. Como que quería morirme. No podía dormir, a veces lo esperaba todas las noches y soñaba con que volvía, me abrazaba y me decía: no me quiero ir, mamá. No me voy más. Me quedo acá con vos para siempre’.
Dos años y tres meses pasaron de esa injusta muerte de Javier Alberto Cano. Pese a que en diciembre pasado, juzgaron a dos de los acusados por el homicidio, nada curó las heridas. Mónica Cano exigía duros castigos, pero no salió conforme. ‘Quería que le dieran muchos años de condena, que se pudrieran en la cárcel, pero no hubo Justicia’, afirma. Todavía siguen llorando la ausencia de ese jovencito que recién estaba aprendiendo a vivir y jugaba a ser adulto cuando lo mataron. Por ese tiempo, Javier había decidido no estudiar más y se puso a trabajar: estaba haciendo changas en un aserradero y en los próximos días iba a entrar a trabajar a una empresa. Su tío Alejandro todavía conserva la moto que alguna vez le regaló a su ‘Negrito’, su sobrino preferido. El abuelo, como Mónica, no lo pueden olvidar por más que pase el tiempo y solo les queda el consuelo de soñar o imaginarse que Javier aún está entre sus amigos, esos jóvenes que pasan por la calle o se ríen con la frescura que él tenía.

