Habían terminado otra agotadora jornada en el negocio que ella tiene de venta de comidas y se disponían a dormir, cuando él le avisó que iba al baño. Eran alrededor de las 5,40 de aquel 5 de diciembre pasado. Instantes después, ella escuchó un ruido y pensó que su pareja se había tropezado, por eso se levantó. Cuando salió del dormitorio y prendió la luz, lo vio a él cerca de la puerta que da al fondo y enseguida se le clavó una duda, porque la puerta de la habitación de su hija estaba cerrada, cuando eso habitualmente no era así por el calor, porque ella dejaba abierta la puerta para que un ventilador empujara hacia el interior del dormitorio algo de fresco del aire acondicionado de una ampliación que había hecho. Lo que vio a continuación la llenó de bronca, porque su hija estaba acostada, con el corpiño levantado y la ropa interior baja. Sabía que la niña jamás pudo haber manipulado su ropa por los notorios problemas mentales que padece: sufre de hidrocefalia y algo que la afecta en toda su persona, un trastorno generalizado del desarrollo (TGD) que es muy evidente, pues la niña apenas puede moverse y casi no puede hablar. Con decir que no puede ni siquiera articular una frase.
Esa madrugada, cuando ella insistió, la niña pronunció el nombre de su pareja, que no era otro que Alfredo Córdoba, ese albañil de 44 años que seguía en su plan de fingir que nada había pasado. Por eso salió muy enojada de la habitación, insultó a su pareja, le dio unos golpes en el pecho y le dijo que no se fuera a ninguna parte, porque de allí saldría, pero preso. Y así fue.
Aquella vez, para la comerciante, fue como si el mundo se le hubiera venido abajo. Porque jamás se le cruzó por la cabeza que Córdoba haría algo así. Lo había conocido en 2018 porque se lo recomendaron para unas obras de albañilería en su casa y con el pasar de los días surgió una amistad, hasta que en 2019 se le apareció con una mochila y un pedido que le ablandó el corazón, pues lo habían echado de su casa y sólo pedía quedarse a dormir en una piecita de adobes que ella tenía en el fondo.
En 2020 la amistad se transformó en una relación sentimental que se afianzó en 2021, cuando él pasó a convivir con ella y a ayudarle con su negocio de venta de comidas.
Luego de conocer los fundamentos del fallo, es probable que Fiscalía y Defensa lo impugnen
Aquella mañana cuando denunció, los pesquisas a cargo de la fiscal coordinadora Valentina Bucciarelli y la ayudante fiscal Gabriela Blanco quedaron en el acto convencidos de que la niña había sido violada por Córdoba, porque el informe médico reveló que la menor presentaba las lesiones ("de antigua data") que dejan ese tipo de ataques sexuales.
El informe y la pericia de los psicólogos terminaron por completar un cuadro de pruebas que complicó al albañil, que en todo momento negó los ataques. Hasta un día antes de la sentencia, cuando se quebró y admitió que esa vez había tomado como 5 o 6 latas de cerveza, "más de lo habitual", que entró a la pieza de la niña y se le abalanzó, porque se "obnubiló, algo se apoderó de mi y le besé los pechos".
Dijo también que había "perdido la memoria", pero se refugió en su derecho a abstenerse de declarar cuando le preguntaron por qué había antígeno prostático (restos de líquido seminal) en la zona genital y en la ropa interior de la niña.
Al cabo del juicio, Fiscalía pidió 20 años de cárcel porque consideró que Córdoba violaba a esa niña. Y agregaron como indicio que, cuando lo echaron, fue por abusador, aunque fuera sobreseído porque el caso pasó años atrás y había prescripto.
El defensor oficial, César Oro, buscó desligar a su defendido. Pero la mayoría de los jueces Diego Sánz, Verónica Chicón y Eugenio Barbera (h) lo declaró culpable por abuso sexual gravemente ultrajante agravado.
"En cierta forma estoy conforme porque se hizo justicia, aunque esperaba una condena mayor. Siento algo de paz, pero no es fácil salir de esto, cuando le hacen algo así a tu hijo", dijo la madre de la niña, entre lágrimas.