Vélez arrancó la Superliga del mejor de los modos. Ajeno a cualquier trauma. Con victoria, con su gente. Le ganó 2-0 a Newell’s. Y también venció a esos detalles de pretemporada que parecían dañarlo. No es poco, claro. Casi todo lo contrario.
Vélez tiene un pibe que usa barba y que entendió todo lo que significa ser parte de un colectivo. Se llama Matías Vargas y con su cara desmiente la adolescencia tardía. Ese pibe que no parece tan pibe es un crack. No solo porque juega como el mercado reclama. No, nada de eso. Este chico de 21 años cumplidos en mayo ofrece algo más. Se anima en el campo de juego como también se animó afuera, en los contornos incómodos.
No hace falta ser fanático de Vélez para tener ganas de abrazarlo. Mientras Mauro Zárate -interpretado como "traidor" por los rincones Liniers y de diversas zonas de influencia de la V azulada- le daba brillo a Boca en la Copa Libertadores, este pibe de apellido común les contaba a todos en la presentación de la camiseta del club que él, criado y abrazado por Vélez, jamás hubiera hecho eso. Fabián Cubero, emblema de siempre, lo miraba desde cerca. Estaba orgulloso. Algunos habían entendido de qué se trataba la cuestión.
Vélez ya ganaba 1-0 por es gol inaugural de Luis Abram que el entrenador Gabriel Heinze celebró entre los suyos como si fuera propio de una Copa del Mundo. Pero El Monito, como le dicen en el vestuario y en la tribuna, apareció para transformar un penal (razonable) en victoria. Fue, pateó, resolvió, festejó. Les contó a todos que hoy el Vélez sin Zárate es el Vélez de pibes que se la bancan como él.
También hubo un segundo tiempo, más neutro, más afín a las intenciones de Vélez. Más tropezado entre dos equipos despojados de brillos. Pero siempre aconteció una verdad; el pibe de la barba, el de tal Vargas, estaba ahí. Incluso para embarrarse donde otros donde otros decidieron no poner los pies.