A confesión de parte, relevo de pruebas: dice Javier Mascherano que la Selección Argentina es anárquica, esto es, Mascherano dice con todas las letras lo que muchos deducen o callan, o constatan pero no consideran que encierre peligro alguno.
Pero pasa que si se trata de un deporte colectivo, y por añadidura necesariamente ligado a la dicha o a la desdicha de un espesor amalgamado entre todos, o cuanto menos entre muchos, la impronta anárquica puede devenir tóxica, cuando no lapidaria.
Claro, Mascherano le quita peso al disvalor de esa impronta anárquica y más bien la concibe como un efecto colateral que jamás gravitará en un grado tan mayúsculo que sea capaz de anular la fecundidad de, justamente, los portadores de una suerte de anarquía celestial: Angel Di María, Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín y Lionel Messi.
Se supone que disfrutar de la simultaneidad de los cuatro astros referidos implica también someterse a sus contraindicaciones, lo cual, además de justo, atañe a problemas tan añejos como la existencia y que exceden al fútbol mismo: en el riesgo anida la recompensa.
Sin embargo, no deja de ser una ironía que esa Selección agrietada, fracturada, disgregada, bipolar, digamos, sea dirigida por Alejandro Sabella, un director técnico insospechado de empujar a sus jugadores a la cancha en nombre de las sagradas razones del libre albedrío.
Es que también Sabella se ve envuelto en una madeja de contradicciones: haber declinado su sacrosanto 4-4-2 lo colocó en la vereda de un sentido común virtuoso (hubiera sido un pecado, por ejemplo, tener que elegir entre Higuaín y Agüero), pero al mismo tiempo lo forzó a navegar océanos desconocidos o, peor, temidos: los océanos del equipo incapaz de ofrecer mínimas garantías defensivas.
Y ahí anda la Selección, pues, como bola sin manija entre el gatillo fácil de los de arriba, la blandura orgánica de los de abajo, los agujeros estructurales del mediocampo y las intermitencias del conjunto en tanto tal, la corriente alterna
de un colectivo que, salvo primaveritas circunstanciales, rara vez transmite la sensación de que configura un equipo con toda la barba.
Apuestan, Sabella, el detector del sesgo anárquico (Mascherano), todos los que por protagonismo o contigüidad atañen a la Selección Argentina, que la suma de la preparación previa al Mundial y el decurso del Mundial propiamente dicho obrarán como la mismísima
llave capaz de abrir las puertas del Paraíso.
Tal vez, sí, en efecto, cómo no, la sistematización de los entrenamientos ajustará las tuercas y el envión de la competencia hará el resto.
De momento, y hasta tanto no haya nuevas noticias para este boletín, ese mes de afinamiento previo al Mundial no desvela ni a España, ni a Alemania, ni a Brasil, tres selecciones que sin ser la estación terminal de la excelencia ya han resuelto problemas que para el representativo argentino hoy son chino básico.
Por Walter Vargas (agencia Télam)

