El entredicho implícito entre Carlos Bianchi y Alejandro Sabella excede a estos protagonistas y pone en cuestión algo más profundo y más penosa: la indiferencia estructural que suele separar al director técnico de la Selección argentina de sus colegas. Mejor dicho: la indiferencia estructural que suele separar a los directores técnicos de la Selección Argentina (de cualquier época) de sus colegas.

Sí, desde luego, debe de haber excepciones que confirmen la regla y es muy probable que tales excepciones se inscriban en décadas ha, pero lo cierto, lo contante y sonante, es que desde hace muchísimos años no hay un diálogo fecundo o, peor, ni siquiera diálogo, entre el seleccionador de turno y sus pares.

Más allá de que Sabella haya estado pertinente o impertinente en citar a futbolistas de los equipos que ocupan los primeros lugares en el Torneo Inicial, más allá de su tono respetuoso y componedor, más allá de las ironías de Bianchi, más allá de las formas y de los contenidos de este episodio en particular, lo que domina el escenario es el teléfono descompuesto o el teléfono en desuso.

En realidad, lo que denomina el escenario es una naturalizada feria de narcisos. En el fútbol argentino en general y en la Selección Argentina en particular es impensable que se aplique, por ejemplo, la virtuosa alternancia que supo aplicarse en el básquetbol, cuando Sergio Hernández y Julio Lamas, dos peso pesados, intercambiaron roles de entrenador principal y ayudante de campo.