Venía bien la Vuelta. Todo se había desarrollado con cierta tranquilidad gracias al esmero de los intendentes de cada departamento que alquilaron vallas y se preocuparon por brindarles seguridad, a los ciclistas -dueños del espectáculo-, primero y al aficionado, después. Cosa que no ocurrió ayer. El final de la etapa fue caótico. No se respetó la seguridad de los protagonistas, tampoco del público y no se cuidó el detalle de que, tanto autoridades, como medios de prensa que mediante sus emisiones dan realce a la carrera trabajaran cómodos.

No hubo vallas y la gente, con la imprudencia propia del desconocimiento se metió a la calzada dejando un callejón por el que tenían que terminar su esfuerzo los corredores.

Si bien eso fue lo más grave, hubo detalles que no fueron menores y que le quitan jerarquía a la competencia. El primero fue que no se colocó la rampa de lanzamiento que se utiliza siempre en las contrarreloj. La llave perdida de un candado fue la causa para que no se armara la estructura y se terminó confeccionando una línea de meta con cinta de papel.

El segundo es que tampoco a nadie se le encendió la lamparita para pensar en que al punto de largada y llegada iba a acudir bastante gente. Y que esa gente, merece, al menos, que se le brinde la comodidad de poner un par de baños químicos.

En la cobertura de todos estos detalles, que parecen menores, pero no lo son, se apoya el éxito de un acontecimiento. No se trata sólo de terminar la carrera.