Los clásicos, no se juegan… Los clásicos, se ganan. Pero claro, ese final escandaloso, polémico y vergonzoso poco importa en el presente feliz y puntero de un River que no lució, no brilló pero que se quedó con lo que quería en un Monumental repleto. Que le faltó fluidez, que le faltó ese fútbol que su gente cree que tiene, fue una tremenda realidad. Pero lo importante era ganarlo, y como sea… Aún con el protagonismo de un árbitro como Darío Herrera que en su sexto Superlcásico dirigido, recién vio ganador (1-0) a este River que en el descuento encontró el triunfo en un penal que pasará a la historia como uno de esos que no fueron pero que se cobran.

Era empate clavado. Cerrado y chato. Con más propuesta del lado de River a lo largo de todo el clásico y con un segundo tiempo más lúcido de Boca que se atrevió a jugarlo. Con eso, le alcanzaba para irse con algo desde el Monumental. Pero llegó ese minuto 47, esos milímetros entre el pie izquierdo de Sández y la pierna derecha de Solari y la decisión de Herrera que vio penal. Después, el pecado de juventud de Palavecino que quiso "tribunear" en el Monumental y decidió gritarle el gol en la cara a Figal primero. La furia y la impotencia fue de Chiquito Romero que salió a buscarlo y mientras el ego de Borja se quedaba solito festejando su gol, el escándalo se apoderó del Superclásico. Una postal ya olvidada con corridas, varias expulsiones, insultos y demás. Pero claro, el protagónico del Superclásico tenía dueño: Darío Herrera.

Un árbitro que decidió el festival de las tarjetas rojas demasiado tarde. Que debió al menos ser así de severo con los laterales de River (Casco y Enzo Díaz) que terminaron adentro de la cancha y del partido solo por la deplorable labor del árbitro. Y así, la lista de yerros de un juez al que le quedó demasiado grande el clásico. Antes y después de todo eso, hubo un partido apenas discreto. Con un mejor andar de un River que propuso más desde el inicio pero sin la lucidez que su gente presume tiene. Beltrán fue lo más punzante de esos primeros 45" en los que Boca nunca llegó al arco de Armani. Tal vez el planteo, tal vez la presión de River lo dejó anémico en ofensiva al equipo de Almirón. Recién en el complemento, se quiso armar el partido que todos querían ver. Boca tuvo un arranque intenso, con una de Villa que no pudo terminar por el anticipo de Casco. Ya fue otro. Advíncula pudo llegar y con el ingreso de Merentiel, Boca tuvo más presencia en ataque. Forzó un tiro libre que Armani resolvió ante Villa. Del otro lado, River empezó a cambiar fichas. Es que Casco y Díaz estaban regalados en la cancha y Demichelis lo entendió. Refrescó con Solari, casi lo abre con un remate del ex-Colo Colo en el palo. Pero luego, todo volvió a ser demasiado parejo. Tanto, que solamente esa aparición protagónica del árbitro Herrera recién pudo desnivelar.

Tan milimétrico, tan rápido fue el roce de Sández y Solari que si Herrera no cobraba penal, nadie hubiera puesto el grito en el cielo. Boca se hundió en la impotencia. En el final, en el descuento y con la polémica como bandera, solamente necesitaba el tribuneo de Palavecino que decidió para incendiar todo. Y así fue. Ese papelón, ese final escandaloso y violento no tenía espacio en el Superclásico. River, a esta hora, poco se detiene en repasar ese telón. Boca se quedó masticando esa amargura de pensar que se llevaba algo y se quedó sin nada. Herrera, en tanto, tendrá que repasar su protagonismo exagerado e innecesario en el partido más apasionante de Argentina. Lo terminó desdibujando, lo terminó ensuciando.