Luis Alberto Scola cumplió 40 años. Si se tratase de un deportista común, se estaría hablando de su vida fuera de las canchas o de algún cargo como entrenador, pero al tratarse de Scola, cualquier cosa menos un basquetbolista promedio, la historia es otra.
Es que desde sus comienzos en Ferro y sus apariciones en los seleccionados juveniles, siempre se supo que Luifa era un jugador diferente. Su predisposición al trabajo y a los entrenamientos, su permanente perfeccionamiento del juego y su compromiso inquebrantable lo llevaron a convertirse en uno de los deportistas más importantes de la historia argentina y al referente de la que es, probablemente, la selección más representativa del país en lo que va del siglo XXI.
Trascendió fronteras, no solo por ser parte de la Generación Dorada, sino por haber sido de los primeros en asentarse en el otrora inalcanzable mundo de la NBA. Siempre adaptando su juego a las necesidades eventuales del equipo, asumiendo el protagonismo o aceptando estar en un segundo plano, Scola lleva 25 años de carrera en los que nunca pasó desapercibido. Algo que, por su manera de ser, quizás le hubiese gustado.
Scola no solo es sinónimo de básquet en Argentina, sino que, por logros, presencias y rendimiento, solo el brasileño Oscar Schmidt puede arrogarse haber tenido una influencia similar en el mundo FIBA. Es que participó en cuatro Juegos Olímpicos, con el oro de Atenas 2004 y el bronce de Pekín 2008, más cinco Mundiales, con dos segundos puestos, en Indianápolis 2002 y en China 2019.
Su influencia nunca mermó, a punto tal de que, a los 39 años, fue elegido en el quinteto ideal del equipo del Mundial de China. Ahora, con un parate inesperado por la pandemia de coronavirus que forzó a la postergación de Tokio 2020, deberá evaluar si prolonga su carrera por un año más y afronta sus quintos Juegos Olímpicos o si le pone fin a una carrera excepcional.