Los miles de hinchas argentinos que vistieron ayer de celeste y blanco el Mineirao debieron esperar hasta el final para descargar toda la euforia contenida durante una tarde en la que el seleccionado mostró su peor cara. Las miles de gargantas que estaban preparadas para gritar llegaron a esta ciudad de busca de una goleada que asegurase el pasaje a octavos. Desde muy temprano, las calles que rodean el Mineirao fueron un pedazo de Argentina y, a falta de media hora para el comienzo del partido, las tribunas rugían con los gritos de los casi 30.000 fanáticos. El himno, tarareado por todos con enorme algarabía, anunciaba, al igual que hace una semana en el Maracaná, una fiesta celeste y blanca. Pero la pelota empezó a rodar y las caras largas no tardaron en llegar. "Que esta tarde cueste lo que cueste", que "esta hinchada está loca" y "movete Argentina, movete" no parecían suficientes para torcer el rumbo del partido. Pero cuando el empate con sabor a derrota parecía un hecho, Messi dibujó una jugada inolvidable y con un golazo desató un festejo que difícilmente olvidarán quienes estuvieron en este estadio. "Brasil, decime qué se siente…", cantaban los argentinos y revoleaban las camisetas o lo que tuviesen a mano.