Después de escuchar tanta crítica sobre la actuación de Lionel Messi en la Selección argentina, creo que aquella frase de Román Riquelme, dicha durante la Copa América ("Lio nunca juega mal") tiene vigencia plena.
Es verdad que el crack del Barcelona no brilla con la camiseta albiceleste como lo hace con la blaugrana, pero mientras en España lo acompañan cracks, como Xavi e Iniesta, en su país lo rodean buenos jugadores. A quienes en el sutil estilo argentino inflamos más de la cuenta. Y no es una verdad de perogrullo. Hay cuatro o cinco equipos de fútbol en el mundo que son más fuertes que la Selección más fuerte del mundo.
Esta afirmación que puede parecer simplista no es el único dato a favor del rosarino más famoso. Gran parte de culpa. O mejor dicho, toda la culpa de su pobre rendimiento en la Selección, la tienen sus técnicos. Maradona se encaprichó en el libre albedrío de la habilidad argentina y erró feo. Sergio Batista creyó tener la vaca atada armando un mediocampo con todos volantes centrales de buen pie, intentando emular al Barcelona, pero se olvidó que ningún nombre a los que podía echar mano tenía la calidad de Xavi e Iniesta, por ejemplo. Ahora Alejandro Sabella, que en los partidos amistosos jugó con cinco defensores y apostó a la firmeza defensiva, lo retrasa a una posición en la que hace tiempo no juega en el Barça.
Puede aceptarse la crítica a Lionel, por aquello de que el arriero siempre le pega al caballo más noble porque sabe que es el único que podrá sacarlo del pantano, pero no se le pueden achacar todos los males del fútbol argentino que están representados en su selección. Es cierto lo que dice Riquelme, "nunca juega mal". Tampoco puede pedírsele que sea Superman, patee los córners y vaya a cabecearlos. En la Selección, como decía Ortega y Gasset, Messi es él y sus circunstancias.
