"A ver si me pasás el paraguas", gritaba y reía el conductor de una moto de auxilio, con los ojos finitos y la cara arrugada para tratar de que la lluvia le dejara ver. Para los sacrificados hombres de las motos y más aún para los ciclistas, no les quedó otra que tomarse la situación con humor. En el punto más alto de la subida, cuando la velocidad de los corredores era la más lenta y la puna se siente, se largó un aguacero tan intenso como increíble. Fue una sola nube negra que llegó para complicar todo, para hacer más dura la parte más dura, para agregarle peligro luego al descenso, para darle ese toque que sólo las grandes carreras tienen.
La lluvia duró unos 12 minutos y no fueron un par de gotas. De repente se largó con furia, como un manto de agua, castigando lomos cansados e incrédulos. Y como ahí nomás empezaba el descenso, se vivieron momentos tensos porque el pavimento no ofrecía adherencia y los ciclistas tuvieron que extremar cuidados. Adelante, en soledad batallaba Salas, que fue abrigado por el Pitufo Castro, el técnico Piquetero que venía acompañándolo en moto. Y es que en altura, la temperatura siempre es baja y con la lluvia fue impactante ver cómo tiritaban de frío los competidores.
Pero de pronto, la caravana pasó la cortina de agua y a los pocos kilómetros el Sol volvió a golpear con fuerza. Ya en ruta 40 el calor era insoportable, con un aire caliente abrazador y un pavimento impiadoso. La llegada fue pasadas las 13, cuando el Sol apretaba tan fuerte que parecía increíble que unas horas antes no sólo había llovido, sino que hasta había hecho frío, mucho frío.

