Hay un antecedente que bien todos conocen. Es más, quedó grabado en la memoria de los argentinos. Fue en el Mundial México ’86, cuando Diego Armando Maradona se convirtió en el hombre guía para que el equipo Albiceleste conquistara su segundo título mundial. A su alrededor giró siempre el juego argentino. Y las alegrías fueron llegando una tras una, hechas carne por él mismo. Hoy, la actualidad argentina tiene otro jugador estrella: Lionel Messi. Al menos todos, prácticamente en un 99,9%, coinciden que las posibilidades argentinas dependen de las capacidades de Messi.
Queda claro que en Brasil 2014 el jugador símbolo argentino está cumpliendo. Marcó el segundo gol ante Bosnia -a la postre el ganador- y ayer se despachó con el golazo que significó triunfo agónico ante Irán.
El campeonato sigue y todo se convertirá en más difícil, si el objetivo para la Argentina es instalarse en el Maracaná el próximo domingo 13 de julio cuando se juegue la final.
Entrar, hoy por hoy, en el terreno de las comparaciones es hasta poco simpático. Porque Maradona no fue Messi y Messi no es Maradona. A cada uno se lo debe encuadrar en su década. Aquella en la que el gran Diego brilló, el juego cerebral y pausado hacía bandera. Esta, en la que el gran Lio estremece, se basa en la velocidad y precisión. Claro, ambos sacan diferencias por sus genialidades. Y en eso se afirma la esperanza.
El equipo que dirige Alejandro Sabella se ha ido convirtiendo con el tiempo en una fuerza ciertamente ordenada y cada vez más dependiente de este Messi. Lo cierto es que los rivales ya lo saben y trabajan con ese concepto como primario. Marcar a Messi o rodearlo para que la pelota no le llegue se ha dado en los dos primeros partidos y, seguro, se dará en todos los que vengan.
Entonces, queda en los compañeros de Lio y en el técnico la misión de buscar otras variantes. Algo así como planes B, C o D. En los que Messi la toque poco, no la toque casi nada o directamente ni aparezca. Porque Argentina no puede, de ahora en más, terminar sufriendo como lo hizo ayer ante Irán. Porque no jugó a nada. Ninguno de los magníficos apareció. Ni siquiera Messi tuvo un buen partido. Apenas esos tres segundos que terminaron en el zurdazo de gol. Y por eso hay que agrandarlo, porque ese parpadeo de genio valió que la Argentina ganara un partido chivo.
Está claro que el equipo albiceleste no arrancó haciendo un buen Mundial en Brasil. Ganó los dos partidos que jugó y eso es muy importante. Pero de ahora en más deberá adornar con juego esa supremacía que tiene en el tablero final. La Messimanía es innegable. Si el jugador del Barcelona sigue haciendo los goles decisivos, todo bien. Pero si no se le da, la Argentina estará en problemas.
Queda mucho todavía, pero si todos los argentinos tenemos que levantar las banderas de Messi habrá que hacerlo porque si el "10" nos guía al título lo vamos a festejar todos hasta tirados en el piso o saltando más alto que las puertas…

