Es el lado B del actual técnico de San Martín, Enrique Hrabina, que desde el próximo domingo pondrá primera en la B Nacional, ante Platense, buscando lograr el ascenso. Se trata de su costado menos conocido. Ese que lo llevó a contar su infancia en el barrio de Devoto donde tuvo rango de ‘jefe’ pese a ser el menor de edad. De repasar anécdotas increíbles como en su época de colimba donde terminó invicto en los rounds de boxeo que hizo. De hablar de su costado más sensible desde hace diez años, cuando, tal cual reconoció ayer en la entrevista con DIARIO DE CUYO, entendió que por llorar no pasaba nada malo, más allá que el resto lo vea como un hombre de hierro en cuerpo humano. En Ruso básico…
"Vengo de una familia humilde, clase media. Mi viejo (Francisco Juan, fallecido) era un laburante de la construcción y mi vieja ("Emilie, porque ella nació en República Checa", aclaró) la clásica enfermera de barrio. Desde pibe siempre me gustó andar en la calle. Me recuerdo desde los cuatro años siempre con una pelota en los pies. Me tocaba jugar con muchachos que me doblaban en edad, así que desde entonces hubo que hacerse respetar. Siempre fui como el malevo del grupo, más allá que era el más chico de edad", recordó Quique sobre su Devoto natal desde donde iba junto con su padre y su hermano todos los domingos que San Lorenzo era local en el Viejo Gasómetro en el colectivo 85. A contramano de lo que se conoció de Hrabina en su época de profesional, reveló que en sus inicios en el baby fútbol su posición en la cancha era bien distinta. "Era delantero y goleador. Nadie me cree cuando lo cuento e incluso se ríen. Pero es cierto. Iba por afuera del ataque y manejaba muy bien la zurda. Fue recién en Pre Novena en Atlanta, cuando pasás a jugar en cancha grande de once jugadores, cuando me pusieron de central", describió sobre un costado poco conocido e impensado teniendo en cuenta su rudeza en la marca como defensor de Boca y San Lorenzo en la década del ’80.
Su reconocido carácter de líder también lo ratificó en su paso por la colimba, lugar de rudos si los hay, donde Hrabina también hizo ‘cumbre’. "Como nos sobraba el tiempo en el servicio militar, se les ocurrió a algunos muchachos darnos unos guantes para que practicáramos un poco. Al principio era todo tranqui: un poco de golpes y nada más. Pero después se armó como un torneo interno y entonces hubo que poner toda la carne al asador (sonríe). ¿Cómo me iba? Bien. Noquea a un par de muchachos. Pasa que al principio me ponían rivales de mí tamaño, pero después empezaron a traerme a unos ‘osos’ grandotes y entonces la mano venía brava. Pero igual, siempre salí ganando. Recuerdo que a un chico que jugaba al rugby casi le saco un ojo. Pobre muchacho, me puse mal después de ver cómo quedó", graficó.
El paso del tiempo lo fue poniendo más sensible. Por eso subrayó que recién en los últimos diez años entendió que derramar alguna lágrima no está mal. "Antes era como que no me permitía llorar. Por eso que era el duro, el líder, no se me podía caer una lágrima. Desde hace unos diez años diría que eso cambió. Ahora de vez en cuando si hay que llorar, lo hago. Estoy más demostrativo de mis afectos. Por ejemplo con mis hijos, Ariel y Gonzalo. También con mi vieja que está en San Luis con mi hermano y que por ahí no la pasa bien por un problema de salud que tiene. Eso lo cambié y hoy me doy cuenta que es un paso adelante en mi vida", cerró Hrabina en un decálogo de su lado B.

