El seleccionado argentino de fútbol afrontará hoy en el remodelado y siempre sensible Gigante de Arroyito un clásico ante los brasileños en una versión multiplicada a la enésima potencia, ya que a la archirrivalidad se sumará el valor oro de los puntos en juego, vitales para avanzar de una vez por todas en el enrarecido camino hacia el Mundial de Sudáfrica 2010.
Del lado de Brasil, algunos exagerados se han referido al cara a cara como "la batalla de Rosario", pero lo que sí está claro es que a partir de las 21.30, y con el arbitraje del colombiano Oscar Ruiz, los dos colosos del fútbol sudamericano protagonizarán un partido que genera un interés tan mayúsculo que excede el marco de las Eliminatorias y carece de fronteras.
De ninguna manera es casual que este enfrentamiento haya sido mudado sobre la marcha del habitual Monumental de Núñez al escenario rosarino. Este paso federal se dio simplemente porque, a cuatro fechas del desenlace, la tabla de posiciones subraya la verdad: para Argentina hay menos puntos de los convenientes, el cuarto puesto (último que otorga el boleto directo para la magna cita del año próximo) incomoda, el programa es por demás exigente y, si bien sobran estrellas, todavía falta el equipo.
La suma de tantos factores preocupantes, más el deterioro real de las instalaciones del mítico Monumental que en su momento fue incapaz de evitar la dirigencia de River, dejaron el sendero propicio para buscar el calor, la pasión y el respaldo a corazón abierto de una ciudad que es una de las capitales del fútbol argentino.
El zapato aprieta. Diego Maradona sabe que después de recibir a Brasil habrá que visitar el miércoles próximo a Paraguay en el Defensores del Chaco y para el epílogo quedará ser anfitrión de Perú y jugar ante Uruguay en el Centenario.
¿Por qué se llegó a esta situación? Porque Maradona recibió de Basile una mochila hiperpesada en cuanto a resultados y estructura. La Argentina del segundo ciclo del Coco sumó menos de lo debido y dilapidó tiempo de trabajo. A la Copa América de Venezuela llevó un plantel veterano con la intención de mejorar su chance de éxito inmediato, en lugar de poner en marcha la renovación, y desechó luego la conducción en cotejos amistosos y hasta en los Juegos Olímpicos de Beijing.
Por eso Maradona llegó como un bañero, para nadar contra la corriente y tratar de concretar el salvataje, impulsado por su rutilante pasado como gigante entre los futbolistas de todos los tiempos, pero con un indiscutible déficit de experiencia en el papel de entrenador.
Es así que la tabla de posiciones refleja la verdad y nada más que la verdad, porque el Brasil de Dunga llegó a la cima tras superar a adversarios y detractores, cambiarle la piel al conjunto, obtener una identidad y darle soporte colectivo a jugadores de la talla de Kaká, Robinho y Luis Fabiano.
En la concentración de Ezeiza son conscientes de que este sólido Brasil es más conservador de lo que manda su historia, aunque sigue disponiendo de talento y fuego.
