A veces se da, en otras se sufre. A la Selección argentina le tocó esta vez la primera. Justo acá, en su casa. Justo ante Portugal, el que había sido el verdugo tres años atrás. Todo dado para que ese festejo soñado sea en su máxima expresión.
No es que haya estado preparado. Es simplemente el premio al trabajo. A las ganas de demostrar que este equipo estaba listo para concretar el objetivo. Y, por sobre todo, a jugarse para cumplir con las promesas. Con los juramentos. Porque allá, en Barcelona, en el 2019 la derrota por penales en la final caló hondo. Tanto que cuerpo técnico y jugadores se juraron ir por la revancha.
Y, pese a que pasaron tres años, este grupo siguió trabajando a full y en silencio. Cada uno por su lado. Cada uno en su equipo. Sabiendo que habría un momento que se iban a juntar de nuevo. El técnico, el +Negro+ José Luis Páez -quien siguió en el cargo porque vieron su buen trabajo y confiaron en él-, evaluó a quienes tuvo al mando en Barcelona y quedó conforme. Quedaron los mismos. Sólo dos excepciones: David Páez y Reinaldo García. El "Cachi" porque prácticamente abandonó el hockey. Y el "Nalo" por razones profesionales con su club. Ausencias plenamente justificadas y no deseadas por nadie, ni siquiera por ellos mismos. Una simple cuestión de destino.
Así, quedaron de aquella tarde veraniega de Barcelona: los arqueros Valentín Grimalt y Conti Acevedo; y los jugadores de campo Matías Platero, Gonzalo Romero, Carlos Nicolía, Pablo Álvarez, Matías Pascual y Lucas Ordóñez. El "Negro" Páez incluyó en la nueva lista a Ezequiel Mena (que en Barcelona había acompañado al plantel como sustituto opcional) y se la jugó por Lucas Martínez, Facundo Bridge, Matías Bridge y Danilo Rampulla, quedando al margen los dos últimos pero siendo parte del proceso.
Así encaró el Mundial en San Juan el grupo albiceleste. Con el agregado especial de que la gran mayoría se desempeña en clubes portugueses de primera línea, un plus especial porque en el país lusitano hoy por hoy se juega el mejor hockey.
Todo bien hasta que apareció una piedra en el camino. Nada menos que en la semifinal del Campeonato se lesionó feo Matías Pascual. Fractura de tibia y peroné. Un golpe tremendo que el equipo tuvo que soportar en vísperas de la gran final. Pero fue otro momento cumbre, porque los jugadores fueron a visitar a Matías que estaba internado en una clínica y le prometieron que se la jugarían al máximo para darle una alegría aunque sea parcial. La promesa sirvió aún más para fortalecer el espíritu.
Ni que hablar cuando salieron a la cancha y vieron cómo el "Cantoni" se venía abajo. Que había miles y miles de almas que deseaban lo mismo: ganar el título. Todo un combo de deseos y sueños. Por eso tanta explosión cuando llegó el final. Por eso tantos abrazos. Tantas lágrimas. Tantos agradecimientos. Pasó mucho tiempo, pero en verdad se hizo poco. El oro deseado se quedó en casa. Como en aquel noviembre de 1978. Como esta epopeya 44 años después. Campeones del hockey pero también campeones de la vida. Ahora a disfrutar lo que se ganó con dedicación, trabajo y esfuerzo. Salud, campeones!