Lo miran, le gritan, le chiflan. Lo admiran, lo idolatran, lo desean. Tragan su tierra gustosos. Estiran la cabeza para oler mejor sus gomas quemadas. La piel se les revienta cuando lo ven entrar a la curva así, casi de costado, mordiendo los bordes del precipicio, con la trompa orgullosa en alto. Le agradecen y retribuyen tanta testosterona en erupción. Y el Hummer, a conciencia de lo que despierta, arremete devorándose el cerro, en una curva y contracurva en pendiente y tan complicada que no está incluida en las zonas de acceso libre al público. Es un punto en el circuito. Pero un punto clave: estar aquí, sobre este peñasco en Santa Clara, a un puñado de metros del río que separa a San Juan de Mendoza, es ver el Dakar desde su más cruda intimidad de hombre-máquina rasgando el tiempo y el espacio.

El cordón Santa Clara, una columna precordillerana de cinco colores que le hace de cerco al Sur sarmientino, deja que los motores empiecen a escucharse desde un par de kilómetros antes. Es la primera etapa en la provincia, la número uno de las dos jornadas. Por Acá hay gente, pero poca. Casi todos llegaron desde Mendoza o por huellas semiocultas desde Los Berros y ocuparon la zona, a sabiendas de que es un sector agreste y desnudo de carrera, donde nadie aminorará la velocidad para la foto, donde no habrá saludos sino concentración y donde cada segundo de transpiración cuenta. Sobre un peñasco, en el que una cruz recuerda la tragedia de un joven ahogado en una crecida del río, está un hombre de la organización, rostizándose mientras anota el paso de cada vehículo. Unos metros más abajo, en el punto extremo de la curva, se agazapa el camarógrafo oficial. Los organizadores saben bien que este lugar es de alto riesgo y no quieren perder detalle.

Con la estela de tierra de las motos, los cuatris y algunos autos aún sin aplacar, la llegada del primero de los Hummer provoca el paroxismo total. Los gritos del par de centenares de integrantes del público hacen ola. Y nada puede imponerse sobre el volcán metálico que se escucha en ese auto, que suena como si fueran diez autos juntos. Toma la primera curva casi sin detenerse, a la segunda entra casi perpendicular al camino y engancha la contracurva y recta de escape a la misma velocidad. Desde arriba apenas se le distinguen los letreros bajo tanta tierra. Y la gente sobre el peñasco corre de un lado a otro para mirarlo mejor, para que ese momento de clímax dure más de lo que se ve.

La escena supera incluso a la locura que había despertado la llegada del español Carlos Sainz, líder en la prueba en autos, a quien le tomó unos segundos menos que al resto hacer este tramo. El Volkswagen azul también tiene una capa de greda que lo camufla entre los cerros, y toma ese sector como si lo sobrevolara. "Eso es ser piloto de rally", dice un hombre que mira desde el display de su cámara de fotos. "Eso es saber manejar", ratifica su compañero, con una pata de pollo al pimentón en la mano.

El adrenalinómetro ya se había puesto al rojo con las primeras motos. Diez metros antes de estamparse contra la roca empezaban a sacarle chispas al freno, para retomar la marcha en subida, intentando no detenerse, no en todos los casos con éxito. Muchos quedaban chapoteando en el aire, con el equilibrio a punto flan, en esa subida feroz. Pero ninguno caía. Después, a su turno, algunos autos iban muy contra el cerro en la curva y demasiado al borde en la contracurva, lo que ponía a todos como locos. Pero nada de eso hacía levantar tantos brazos y tantas voces como el Hummer omnipresente.

Pero no todo termina ahí. El fotógrafo cambió de posición, porque el asunto se está volviendo cada vez más peligroso. En francés, le avisa a su compañero, el fiscal que anota el paso de los vehículos en la planilla, que se saldrá de ese lugar de tanto riesgo. Lo hace justo antes de la llegada del grueso de los autos y ahora se aleja mucho más aún, tras el grito que baja del peñasco: "¡Camión! ¡camioooooón!".

Entonces, los gigantes. Porte de rinoceronte embravecido, velocidad de chita, cuadrados y multicolores. Maniobran con pesadez, entran a la primera curva con un rebajo súbito, y a las otras dos las toman acelerando. Poco antes, muchos curiosos caminaban por el interior circuito, apartándose sólo cuando veían un auto acercarse. Pero con los grandotes hay verdadero respeto, y los más temerarios llegan hasta no menos de cuatro metros de la huella, buscando que algún conocido les haga una foto, con los animales mecánicos de fondo.