Diego Lagos ya había puesto el sello. El 4-0 parcial y faltando más de media hora para el final era demasiado castigo para el fiel pueblo puyutano, que a pesar de ser lunes y en horario laboral, quiso estar con su equipo. Y claro, el momento de perder la paciencia tenía que llegar. Se insinuó con los silbidos para Rosso y Giordano, cada vez que alguno de los dos tocaba la pelota. Primero fueron tímidos silbidos pero después resonaron en el semivacío Bicentenario (no llegaron a 2.000 los asistentes en general). Llegó el minuto 20 del complemento y ahí estallaron. Con el coro pidiendo a gritos el “que se vayan todos, que no quede uno solo…” los hinchas pasaron a querer invadir el campo de juego. Se subieron al alambrado, lo sacudieron y el árbitro Rapallini decidió parar el juego. Fueron casi 10 minutos de un show nefasto al que le sobraron insultos, corridas y mucha agua. Es que el operativo policial decidió resolver los incidentes con la manguera de incendios que empapó a los enfurecidos hinchas de Desamparados que exigían la salida de todos, incluida la renuncia de Dillon. Fueron momentos en los que las miradas se posaron todas en la cabecera Norte del estadio, sabiendo que en cualquier momento podía estallar para peor el tema. Los hinchas de Instituto, pocos por cierto (no más de 300), miraron atónitos desde la Popular Sur.
Hubo un amague de golpes en las entrañas de la Popular Norte pero luego se fueron calmando y pudo volver la paz. El árbitro Rapallini decidió reiniciar el juego pero los hinchas siguieron con su reclamo. Una mezcla de aliento y reproches para que el equipo mostrara otra actitud. El tema no pasó a más. Quedó en el estallido de su gente. Esa misma que tanto alentó en la campaña para ascender y que ahora no quiere dejar la B Nacional.
Desamparados está agotando todos los créditos de confianza en sus hinchas. La jornada del lunes terminó con paliza futbolística pero sin heridos ni detenidos. Fue el final de la paciencia de la hinchada de Desamparados que paró por 10 minutos el partido.

