Tenía que ser así. No de otra manera. Por paliza. Con categoría. Con efectividad y juego preciosista. Basta de esperar. Algún día se tenía que dar y ese día fue el sábado 27 de junio de 2015. Dieciséis años después de aquella alegría en Reus en el año 1999. Todo ese tiempo debió esperar la Argentina para gritar otra vez campeón. Y eso que jugó siete finales en el medio. Pero ya está. Se dio ahora y punto. ¿Para qué más? ¿Por qué menos?
Es que este grupo de jugadores argentinos se merecía una alegría así. Un 6-1 sobre España categórico. Letal. Admirable. Que hirió al campeón de muerte mucho antes de lo que cualquiera hubiese imaginado. Porque el hasta ayer campeón del mundo empezó el partido como suele hacerlo siempre. Discutiendo la bocha y siendo efectivo en la primera que tuvo. Porque Bargalló la mandó al fondo a los cuatro minutos y parecía que la historia se iba a repetir de nuevo. Como otras tantas veces antes.
Pero el partido de ayer era distinto. Se notaba en el ambiente. En las caras de los que jugaban. En la de los que estaban en el banco. España no estaba segura. Argentina, increíblemente, sí, aunque estuviese perdiendo. Y, encima, se dio un detalle de inflexión después que Ordoñez se despachara con un golazo para el empate parcial: Entró David Páez a la cancha y torció la historia.
Es que David tiró dos veces con el alma y definió de manera estupenda en ambas. En la primera con un tiro fuerte, que se le coló por debajo al Pulpo Egurrola. Y en la segunda amagando un tiro cuando venía en velocidad, haciendo que el Pulpo se tire y después definiendo con una tremenda categoría. Y ahí el arquero es como que quedó perplejo. Ya no se pudo recuperar nunca más. Ya no fue el Pulpo que contenía todo. Y eso, a España, lógicamente más adelante le pasó factura.
Es que con el 3-1 de ventaja, la Argentina se fue al descanso sabiendo que había hecho todo bien. Había sido obediente de lo que salió a buscar y había tenido la suficiente serenidad y sapiencia para aguantar el trago amargo del principio y después dar vuelta la historia.
Y en el complemento el Albiceleste llegó a la gloria. Porque aguantó a la perfección la embestida de una España herida y replicó con frialdad y categoría. Tanto, que hizo tres goles más. Se regocijó en cada jugada. Contragolpeó con fiereza. No perdonó a los españoles. Les tiró manos de nocaut que hubiese sido imposible que pudiese ponerse de pie.
Nicolía siguió con su lección de hockey. Ordoñez con su categoría para definir. David con su prestancia. Nalo y Platerito con su obediencia para cortar juego como sea. Grimalt atajando todo lo que le tiraron. Y Carlos López sacando la chapa de capitán para regar la cancha de sudor, amor propio y conducta una idea de juego eficaz por donde se la mire.
Por eso Luquitas Ordoñez de un libre directo, Nicolía en una contra definiendo con una exquisitez asombrosa y el mismo Ordoñez haciendo lo mismo ya con una España vencida, agregaron porotos a la goleada. Fue 6-1 pero pudo ser más todavía. Fue una lección a España. Fue una verdadera paliza. La manera ideal para romper tantos años de felicidad española.

