De la euforia inicial previo al arranque del Mundial a la disforia total una vez terminado el partido con Croacia. De insultar a todos y a todas en los días previos a jugar con Nigeria hasta festejar el gol de Rojo como si fuera el de Maradona a los ingleses. Los argentinos tenemos esa maravillosa capacidad de autodestruirnos y reinventarnos, en días o en horas. Del pesimismo absoluto a creer que podemos ser campeones. Ahora bien, me pregunto, ¿con Higuaín errando goles cantados? ¿con Mascherano regalando cada pelota? ¿Pavón encarando con el balde en la cabeza? Va a estar difícil.

Pero no hay quién nos gane a la hora de exagerar. Pasamos del ‘esto es un fracaso’ a ‘ahora estamos para alzar la Copa del Mundo’. Muchachos, ojo con el porrazo. Porque dejamos de ser terrenales a estar con la ilusión a la altura del Obelisco y la caída va a ser terrible. Francia nos está esperando con una artillería de cracks y por estos lares sólo hay optimismo. Porque no quiero desilusionarlos, pero hasta el minuto ’86 nos volvíamos a casa y el reguero de frases tales como ‘fin de ciclo’ o ‘fracasados’ iban a inundar las redes sociales en cuestión de segundos y de Rojo nos íbamos a acordar, pero de la madre.