En la previa, el escenario no era el ideal para Argentina. Golpeado anímicamente, desorientado futbolísticamente, ir al Centenario necesitaba de ese plus que suele hacer historia en este lado del planeta. Y apareció. Con la frialdad necesaria para quitarle furia a Uruguay y con el corazón bien caliente como para sacar pecho y decir que el Mundial no podía ser sin Argentina.
1 Divino tesoro
Uno, o tal vez el principal acierto del esquema argentino en el Centenario fue edificar todo el planteo a partir de la posesión de la pelota. Con eso, Uruguay no iba a lastimar porque no tendría conqué y Argentina iba a respirar tranquilo manejando los tiempos. Salvo los primeros 5′ de partido en los que la Celeste lo apuró feo, luego los volantes argentinos fueron haciendo pie hasta terminar siendo propietarios de la pelota. Uruguay entró en una zona gris, mezcla de impotencia y necesidad. En ese punto clave, Argentina empezó a ganar su partido y la clasificación. Mascherano recuperó todo, Di María fue una ayuda permanente al igual que Gutiérrez, pese a sus imprecisiones en la entrega, y, fundamentalmente, Verón fue el eje de manejo del balón para comandar el partido.
2 Bien cerrado
El otro punto alto de la selección en la histórica victoria en el Centenario pasó por su solidez defensiva. Los cuatro centrales a los que Maradona apostó, rindieron en gran nivel. Ayudados, eso si, por la obligada tesitura de Uruguay de meter pelotazos largos porque tenía muy poco la pelota. Heinze fue el abanderado por actitud y entrega. Desprolijo por momentos, fue haciendo pie para mostrar el camino a todos. La dupla de centrales, Demichelis y Schiavi no se equivocaron nunca y tal vez, los flancos más débiles los llegó a ofrecer Otamendi que luego se consolidó. Desde el arco, Romero entregó la calma indispensable como para tranquilizar a todo el equipo. Argentina, se podría decir, lo ganó de atrás para adelante, En defensa y en el medio, fue sólido y práctico. Arriba, la tibieza de Messi contrastó con la entrega de Higuaín.
3 Rival condicionado
En un escenario previo, Uruguay y su garra iban a ser pesadilla para Argentina. Pero en el Centenario, la pesadilla finalmente fue celeste porque sintió el peso de tener que salir a ganarlo, condicionado por el temor a perderlo. Ese combo y la solidez con la que se le paró Argentina no hicieron más que atarlo y convertirlo en once ansiedades sin argumentos para ganar.

