Este River que salió campeón logró el objetivo, primero porque fue de todos los equipos que alguna vez estuvieron arriba y soñaron con el título el que lo buscó aún en los momentos difíciles. Segundo porque tuvo un plantel más rico en individualidades que sus ocasionales rivales directos y, tercero porque contó con un entrenador que, posiblemente, en este su enésimo título, tuvo más incidencia que nunca.

La primera aseveración se afirma en la actitud que tuvo siempre el equipo millonario asumiendo el rol protagónico. En todas las canchas salió a atacar. El arco de enfrente fue su meta no siempre alcanzada porque los dioses del Olimpo no los miraron ese día o porque sus delanteros se pusieron los zapatos en los pies cambiados. Mal o bien, acertado o errado, no especuló nunca, fiel al estilo de su técnico.

El segundo punto en cuestión, es importante pero no tan decisivo como el tercero. River cuenta en su plantel con mayor variedad de recursos humanos para afrontar las exigencias y devaneos que tienen los torneos, tan estresantes como este que culminó, las que se potenciaron más porque como este es un año de Mundial muchas fechas se jugaron entre semana y no se pudo disfrutar como se debe una victoria ni completar el luto de una derrota.

Y, finalmente, a mi criterio la más importante de las virtudes fue que tuvo un conductor con las ideas claras. A Ramón no le tembló el pulso para cambiar de timón en el momento indicado. Sacó a Ponzio en quien había puesto su confianza porque su fútbol mutaba en fulbito con un toqueteo intrascendente hacía atrás y los laterales y puso a Ledesma acompañado por Rojas. El Lobo le otorgaba tanta distribución como Ponzio pero le adosaba mayor movilidad. Además el técnico liberó las musas del volante central acompañándolo de un Rojas cuya tarea de quite, cierres y coberturas fue tan sacrificada y efectiva como silenciosa.

Este Ramón, al que mandaron a callar luego de las declaraciones en las que agradeció el apoyo de los borrachos del tablón, consiguió con tacto y firmeza "recuperar" al colombiano Teo Gutiérrez, al que notó aburguesado, lo sacó en el entretiempo de la derrota contra Colón y le pegó un lavado de cabeza: "Usted es un jugador de nivel de Selección y no está rindiendo como tal", dijo el delantero que le espetó. El resultado estuvo a la vista, en los últimos partidos cuando a Cavenaghi se le había mojado la pólvora, Teo dijo presente.

Por actitud, fútbol y por contar con conductor lúcido, River fue un legitimo campeón de un torneo, para algunos mediocre, para otros emocionante, para los menos muy bueno. Más allá de disquisiciones que quedan para la polémica, lo cierto es que el técnico ganó su sexto campeonato nacional con River jugando por momentos lindo, por momentos más o menos y en los instantes decisivos bien. A Ramón lo que es de Ramón, un importante porcentaje de este título.